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Opinión

Mataron al humanista

En varias ocasiones, observé con atención un cuadro pintado por Álvaro Gómez en la sala de Juntas de la desaparecida Cofinorte.

Después de conocerse las confesiones de los dirigentes de las extintas Farc sobre el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, se ha levantado una polvareda de controversias en las que unos manifiestan escepticismo sobre la culpa asumida, otros denuncian manipulación de la verdad, sin que falten quienes han mostrado agradecimiento por haberse dicho algo que no se esperaba. El resultado hasta el momento es que ha aumentado la confusión sobre el magnicidio en lugar de su esclarecimiento.

A mí lo que más me ha impresionado, en medio de las verdades y mentiras sobre el asesinato, hace 25 años, de Álvaro Gómez, es la evocación de la figura del humanista que él conjugaba naturalmente con la del político, sin duda controvertido. Porque no esperó a que le llegara la jubilación de la política activa, para tomar la palabra y hablar como un ser sensible al arte, a lo estético, insertos en las realidades cotidianas. Conocí algunos escritos humanísticos suyos, desde mucho antes de recibirlo en la Universidad del Norte, siendo yo rector, adonde fue a dictar una charla a los estudiantes en el año de 1986, y en donde percibí más de cerca, en vivo y en directo, su talante humanista en la conversación que tuvimos, mientras caminábamos hacia el Auditorio, refiriéndose con admiración a la arquitectura y al entorno paisajístico de la universidad. 

Su concepción del Barroco, más allá del espacio que ocupa como movimiento en la historia del arte, me ayudó a comprender mejor nuestra herencia cultural, sello de la hispanidad que de muchas maneras nos distingue, tal vez sin acabar de asimilar, cuando ahondamos en nuestro modo de ser y nuestras costumbres que llevan la marca colonial, el signo de un pueblo que aún carga con deudas del pasado. Las más pesadas. Que aún tiene mucho por hacer para alcanzar la libertad y la armonía soñadas con la Independencia

En varias ocasiones, observé con atención un cuadro pintado por Álvaro Gómez en la sala de Juntas de la desaparecida Cofinorte. Porque al humanismo se sumaban sus dotes de pintor. Eran caballos que se superponían unos a otros, en una carrera contra el viento. Ahora cuando recuerdo esa contemplación de entonces, retomo un pensamiento suyo : El tigre todas las mañanas amanece siendo tigre (y el caballo también, añado), porque a lo que tenía la víspera, agrega un acervo de experiencia que lo conduce a tener un impulso a ser creativo, constructivo, armónico, en sus relaciones con el entorno y con los demás. Bien dicho. El tigre, los caballos son metáfora del hombre llamado no solo a correr y competir. Mucho más que eso: su destino es encontrarse con su plenitud.

El asesinato ocurrió cuando salía de dictar una clase en la Universidad Sergio Arboleda. Según testimonios de quienes lo escuchaban, esa mañana había hablado del Renacimiento y de los Beatles, viajes por la cultura que solía hacer en su cátedra. Le sobrevino entonces la muerte a sangre fría. Se seguirán dando explicaciones políticas para esclarecer ese terrible suceso, pero queda claro que le troncharon la vida al humanista.

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