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Opinión

La Costa y sus juglares

Una de las consecuencias benéficas de la peste es que nos está enseñando, a pesar de todo, a leer, a cantar y a retornar a nuestras raíces.

Un fenómeno popular fue el de los juglares que deambulaban por los pueblos del sur de Europa en la Edad Media. Iban cantando sus canciones. La gente salía a las caminos, se apiñaba para escucharlos, les daba comida para alimentarlos y también lo que hoy llamamos una propina.

Los recordé en una clase virtual que di esta semana sobre Trovadores y Juglares en esa época. Pero también me vienen a la memoria cuando me asomo al balcón de mi casa a escuchar a los músicos venezolanos que recorren las calles interpretando porros, cumbias y vallenatos, esperando que unos los premie por dar una especie de serenata bajo el sol inclemente del Trópico. Yo siempre les doy algo, comprendiendo que están pasando trabajo, ellos y sus familias, en medio de esta pandemia que ha dejado sin empleo a millones de individuos.

Con el paso del tiempo, en la Edad Media se dividieron las funciones: los trovadores eran de más nivel social, incluso había entre ellos miembros de cortes reales como los caballeros y los clérigos. Eran los que componían las letras de las canciones, que luego los juglares, de clase popular, las interpretaban por los caminos, con sus voces ruidosas a las que animaban con su mímica que divertía a los espectadores. Los caballeros solían mantener una cierta cordura y hasta recato en sus composiciones, pues sus letras se dirigían a las damas de nobleza, con las que soñaban, y a las que intentaban atraer con versos que tenían sabor de pasión amorosa pero refrenada para no asustarlas y, menos aún, molestar a sus “dueños”, tratándose ellos como siervos y sufridos amantes, arrastrados por los infortunio de amores imposibles : “En mayo cuando los días son largos…me acuerdo de un amor lejano”, cantaba un trovador  que acabó viajando lejos donde estaba su amor platónico en cuyos brazos, como consuelo, murió de fiebre tifoidea.

El fenómeno de los trovadores y juglares se extendió por Francia, Alemania, España en donde  sabemos que dio origen a las novelas de caballería como el Amadís de Gaula y más tarde Don Quijote con su amada Dulcinea. Aunque no fue solo el elíxir del amor lo que hacía componer y cantar canciones a las damas. Por su parte, había muchos juglares irreverentes que ponían en ridículo a los poderosos y a los clérigos. Igualaban a todos con sus versos poniéndolos al mismo nivel, como diríamos hoy, acortando las desigualdades sociales cuando cantaban en las tabernas: “Bebe la señora, bebe el señor/bebe el soldado, bebe el cura/bebe el presidente y el decano/bebe el joven, bebe el anciano”.

Como si se tratara de unión por el cordón umbilical que atraviesa la historia, nuestro tiempo también abunda en trovadores y juglares, que llamamos cantautores, pero que igualmente recorren los pueblos, como sucede todavía en la Costa que es un escenario nacional único para la demostración del talento musical y los cantares de la tierra a la que estamos volviendo. Una de las consecuencias benéficas de la peste es que nos está enseñando, a pesar de todo, a leer, a cantar y a retornar a nuestras raíces.

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