
Historia de la verdad
Vale decir que la nuestra no es la historia de la violencia. Por lo mismo, ¿no deben los niños y jóvenes conocer igualmente la historia de la paz y convivencia republicanas, la de nuestra literatura con María y Cien años de Soledad, las artes y la cultura, los hitos científicos de un Mutis y un Caldas, la navegación por el Magdalena y la aviación con Scadta, la industrialización del país, el progreso con el café, el potencial de nuestra biodiversidad única en el mundo? Hay que conocer sin parcialidad la verdad de nuestra historia.
De los malos profesores de historia en el colegio, lo peor no fueron las listas de fechas de batallas y nombres que había que aprenderse de memoria sino lo desenfocada que era su enseñanza, reducida a enumerar sus partes como si fueran las de un esqueleto que ha perdido toda vida. Después de esa experiencia escolar no es de extrañar que a los sobrevivientes no nos haya quedado ningún gusto por conocerla, confirmando la sentencia atribuida Santayana: “quien no recuerda el pasado está condenado a repetirlo”.
Por eso, no sorprende que en el Informe de la Comisión de la Verdad, una de las conclusiones que uno puede destacar es que las violencias cometidas en cincuenta y más años son la repetición de matanzas y sufrimientos infames que los victimarios más feroces han infligido a cientos de miles colombianos inermes y vulnerables, particularmente campesinos y habitantes de poblaciones perdidas en la geografía tan extensa que tiene al país. Los testimonios innumerables y dolorosos que se recogieron entre las víctimas, durante un tiempo largo de indagación, rompen el alma.
A raíz de la publicación del Informe se ha abierto un debate, que como suele pasar cuando se mezclan hechos con ideologías, ha desviado la atención sobre lo realmente importante que es la tragedia infinita de las víctimas que no necesitan de discusiones doctrinarias y polarizadas entre quienes son buenos y malos, sin que deje de ser central saber quiénes son los victimarios, individual o grupalmente tomados, ideológicamente de izquierdas o de derechas. En fin de cuentas, el objetivo esencial que se le asignó a la Comisión fue “el esclarecimiento de la verdad, la convivencia y la no repetición” de lo que sucedió en el conflicto armado colombiano.
El Ministerio de Educación del Gobierno entrante se ha propuesto llevar al conocimiento de niños y jóvenes el informe de la Comisión. Está bien el propósito si no se distorsiona el objetivo pedagógico. El problema radica en que la transmisión de ese conocimiento histórico es muy sensible en términos sociales y políticos. Se requiere que se haga con pedagogía sin partidos para que no vuelva a darse lo que decía al inicio de este escrito: la ignorancia de la historia, una de las formas del adoctrinamiento. La enseñanza dogmática de la historia no solo lleva a la ignorancia, también conduce a repetir lo malo que sucedió en ella como fueron las violencias del conflicto armado. Volveríamos al eterno retorno de las tragedias humanas por causa de la reproducción de victimarios.
Vale decir que la nuestra no es la historia de la violencia. Por lo mismo, ¿no deben los niños y jóvenes conocer igualmente la historia de la paz y convivencia republicanas, la de nuestra literatura con María y Cien años de Soledad, las artes y la cultura, los hitos científicos de un Mutis y un Caldas, la navegación por el Magdalena y la aviación con Scadta, la industrialización del país, el progreso con el café, el potencial de nuestra biodiversidad única en el mundo? Hay que conocer sin parcialidad la verdad de nuestra historia.
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