Cada vez que paso –y es con frecuencia– por el frente del edificio que tanto cuida, encuentro al jardinero con su overol azul oscuro metido entre las ramas crecidas de las plantas que poda, regando con agua dulce las flores, echándole abono a los más pequeños tallos en sus poteras, recortando los arbustos. Creo que les habla a las plantas porque de lejos veo que mueve los labios como si estuviera conversando. El jardinero se muestra contento y parece que el mundo de afuera, el de la gente que pasa con prisa y el de los carros que braman con sus motores encendidos, no le importara.
“Desde que trabajo en el jardín percibo el tiempo de manera distinta”, escribe el filósofo coreano Byung-Chul Han. Por supuesto, él no es un jardinero de oficio, pero ha creado un jardín en su apartamento de Berlín, y ese solo hecho tan simple, tan sencillo, tan modesto, lo ha puesto a reflexionar sobre el jardín “que me aleja un paso más de mi ego”. Ha aprendido lentamente qué significa brindar asistencia, preocuparse por otros. Lo que yo he visto al pasar frente al jardinero fiel que observo con frecuencia me ha remitido a la reflexión del filósofo: el jardinero está concentrado en los árboles, en las flores, está dedicado a prestar toda su atención a la naturaleza que él mismo cultiva como su gran tarea. Con la que se gana la vida, además.
Esta cruel pandemia que no termina, que parece prolongarse angustiosamente a pesar del aumento de la vacunación, sobre la cual sabemos mucho y también sabemos poco, puede, a pesar de todo, dejarnos lecciones para que cambien nuestras vidas si dejamos que cambien. Porque puede suceder lo contrario: que permanezcamos inmunes al dolor ajeno, al sufrimiento de los otros, o a la atención que el otro, el otro ser humano que habita con nosotros el mundo, nos requiere. Puede ser el tiempo del desamor, del volvernos insensibles. En las noticias de prensa se han visto miles de testimonios de profesionales de la salud que se han infectado, y muchos han muerto, por estar en primera línea atendiendo, como los jardineros a sus plantas, a los contagiados, a los que están en las unidades de cuidados intensivos. Son unos héroes en tiempos en que pensábamos que ya no habría más actos heroicos.
Pero también son tiempos en los que se han visto recrudecer los odios, las pasiones, los rencores, como sucede en el lamentable espectáculo de la política o de las llamadas redes sociales. Ver las noticias de cada día es como asomarse a un circo romano donde los gladiadores se enfrentan a las fieras y también entre sí para ver quién sobrevive. El otro es visto como un contrincante, como el enemigo que hay que eliminar simbólicamente, y hasta físicamente, en el terreno político, en el de los negocios, en el de la competencia para tener éxito económico.
San Agustín, dice Byung-Chul, atribuye a las plantas la necesidad de que los hombres las contemplen y las cultiven con amor. Pasada esta pandemia, el mundo habrá cambiado si aprendemos ahora a cuidar y a cultivar el jardín de la tierra y el de los seres humanos que la habitan.