
Descubrir el mundo
El retorno a las aulas de miles de niños y jóvenes del país se realiza en medio de una gran expectativa, dadas las circunstancias de la pandemia que a todos atemoriza, no solo a los padres de familia.
Pero confiamos en que las medidas de bioseguridad que se deben tomar garanticen un adecuado desarrollo del aprendizaje, que muestra en estos momentos atrasos preocupantes a causa del encerramiento.
No se puede ignorar la otra orilla de este río viviente y caudaloso que es la educación: los maestros, los profesores, los tutores. Conforman una población en riesgo de contagio que debería tener prioridad para la vacunación junto con los profesionales de la salud y los adultos mayores. El asunto no se detiene en la vacuna. El maestro se encuentra en una posición de primera línea, en la lucha por transformar la vida de los seres humanos como ha sido su tarea histórica, muchas veces desconocida, si no desestimada en nuestras sociedades donde imperan el utilitarismo y la búsqueda del beneficio personal. Se imagina uno las condiciones deplorables en las que funcionan infinidad de escuelas rurales a las que se llegan después de recorrer enormes distancias, muchas veces a pie, para encontrarse maestros y estudiantes en aulas deficientes que no permiten el cumplimiento de pedagogías apropiadas, comparadas con las más avanzadas de las grandes urbes.
Pese a todo, le quedan grandes satisfacciones al profesor cuando los estudiantes valoran con el tiempo la abnegación y aporte que hacen los maestros a su transformación personal. Cuando se reciben más adelante manifestaciones de agradecimiento por lo que significó para sus vidas la enseñanza del profesor, uno se da cuenta de que no necesita medallas ni pergaminos. Esa es la mayor exaltación, la que procede del recuerdo sincero y desinteresado. Todavía tengo en la memoria el nombre, el rostro, la forma de enseñar, los conocimientos de mis grandes maestros de la infancia y los de mi formación universitaria. Son imágenes inolvidables que han quedado grabadas en lo más profundo, cuando se llega a entender con el tiempo que la educación es el legado más valioso que uno recibe en la vida. Ahí se encuentran los padres de familia, los maestros de escuela, los profesores de colegio y universidad, los encumbrados intelectuales que incidieron de manera definitiva en nuestra formación.
El escritor Albert Camus ofrece un ejemplo emotivo del recuerdo agradecido que guardó para con su maestro, el señor Germain, en unas páginas de antología que aparecen en su libro El primer hombre: En las clases de otros maestros se les enseñaba a los estudiantes muchas cosas que les presentaban ya preparadas para que las tragaran. Pero en las del señor Germain “sentían por primera vez que existían y que eran objeto de la más alta consideración: se los juzgaba dignos de descubrir el mundo”. ¡Qué bien dicho! El hambre de descubrir es más importante aún que el de saber, que el de memorizar contenidos. La finalidad de la educación radica en que los maestros enseñen a ver la vida como un descubrimiento.
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