Cambio con moderación
La confianza en las instituciones y en la Constitución parece un tema poco novedoso, pero cuando se estudia lo que sucede en sociedades estables y avanzadas se encuentra que lo son porque sus ciudadanos cumplen las leyes y el orden constitucional que se han dado por siglos como en Francia o Estados Unidos.
El optimismo que necesitamos los colombianos no debe ser ingenuo, pero tampoco subestimarse. Frente a la frustración y la tristeza que embarga a gran parte de la población como restos de la pandemia, o por los años transcurridos sin que se materialicen las esperanzas de que el país mejore, un grupo representativo de colombianos piensa que hay razones para construir un mejor país y lograr que suceda.
El periódico El Colombiano publicó el mes de marzo pasado los resultados de unas conversaciones llamadas “Tenemos que hablar Colombia” que se tuvieron durante cuatro meses y medio entre 5 mil 159 personas de muy diversas edades, propiciadas por seis universidades del país. La iniciativa contiene una valiosa información que deberían tener en cuenta los candidatos presidenciales, pero sobre todo los ciudadanos que somos los llamados a no contentarnos con esperar todo de las promesas políticas sino a tomar en serio nuestra responsabilidad y confianza en la construcción de un mejor país. No lo digo yo, son los participantes los que concluyen que esta generación debe responsabilizarse del cambio social. No es una tarea para dejarla a los políticos sino para comprometer a los ciudadanos.
Los mandatos de cambio propuestos por los participantes en las conversaciones parecen quizás una obviedad, una repetición de lo que se ha venido diciendo en el país por mucho tiempo : hacer un pacto por la educación, cambiar la política, transformar la sociedad a través de la cultura, cuidar la biodiversidad y la diversidad cultural, construir confianza en lo público, proteger la paz y la Constitución. Pero es que lo obvio y lo repetido incesantemente como quehacer social no deja de ser crucial e importante ayer ni ahora, -ni nunca-, porque el deber-ser de las sociedades, la ética pública e individual, es inherente a los seres humanos desde cuando se apartaron de la barbarie, es decir, desde siempre, e hicieron un pacto colectivo contra el Leviatán para convivir en paz y conforme a la ley.
Me baso precisamente en lo que ellos dicen y esperan, que es reflejo del país: llama la atención, por ejemplo, que la necesidad de un cambio, un término unilateralmente gastado por posiciones políticas extremas de América Latina, se emplea en el sentido de cambiar la política, la sociedad y la cultura, pero por medio de las instituciones existentes como el Congreso, -quién lo creyera-, aunque anotan que no confían en quienes lo integran. Igualmente expresan que confían en la Constitución política colombiana; solo piden que se aplique y se cumpla. La confianza en las instituciones y en la Constitución parece un tema poco novedoso, pero cuando se estudia lo que sucede en sociedades estables y avanzadas se encuentra que lo son porque sus ciudadanos cumplen las leyes y el orden constitucional que se han dado por siglos como en Francia o Estados Unidos. En otros países más inestables e indisciplinados se promueven cada rato asambleas constituyentes. Reconforta que en las conversaciones aludidas predomine la voluntad optimista de cambio con moderación.
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