La esperanza de alcanzar la meta establecida por el Acuerdo Climático de París en 2015 para limitar el calentamiento global a 1,5°C se desvanece rápidamente, a pesar de la multitud de compromisos internacionales. La COP28 en Dubái, al evadir esta cruda realidad, nos deja ocho años rezagados en la lucha contra el calentamiento global. ¿Persiste alguna chispa de esperanza en este escenario desalentador?

Las devastadoras consecuencias del cambio climático, como la extinción masiva y el aumento del nivel del mar, se intensifican al superar el límite establecido en París. A pesar del incremento sustancial en el uso de energías renovables, seguimos aferrados a los combustibles fósiles, liberando enormes cantidades de gases de efecto invernadero anualmente. En un artículo reciente para EL HERALDO, abordé esta paradoja, mencionando los planes de inversión de Exxon Mobil y Chevron en extracción de petróleo que superan los 50 mil millones de dólares cada uno, así generando emisiones sin precedentes. Estas gigantes petroleras reflejan la persistencia en el enfoque hacia los combustibles fósiles a pesar de la creciente conciencia global sobre la urgencia de la transición hacia fuentes de energía más sostenibles. Mientras se busca desesperadamente reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para cumplir con los objetivos climáticos, las acciones de dos de las más grandes petroleras nos indican una desconexión preocupante entre sectores.

El cambio climático ya es una realidad innegable. En las últimas semanas, se anunció que el planeta ha experimentado seis meses consecutivos de temperaturas récord, incluido el noviembre más cálido registrado. A lo largo de este año el promedio de la temperatura ha estado 1,46°C por encima de los niveles preindustriales, acercándose peligrosamente al ya mencionado umbral internacional de 1,5°C. Con gran certeza, el 2023 se perfila como el año más cálido registrado, impulsado en gran medida por el fortalecimiento de El Niño. Mientras enfrentamos este nuevo horizonte, los países en desarrollo necesitan una cantidad significativa de recursos financieros anuales para hacer frente a los impactos del cambio climático venideros. Sin embargo, la asistencia financiera de las naciones desarrolladas ha experimentado una preocupante disminución, evidenciando una brecha sustancial que indica que no se está recibiendo la atención ni los fondos necesarios frente al desafío inminente del cambio climático a nivel mundial.

Hay que empezar a prepararnos: ya no es solo una cuestión de mitigación y reducción de emisiones. La adaptación al cambio climático va a empezar a jugar una función central en todas las cuestiones ambientales. Teniendo en cuenta que solamente entre el 5 y el 15% de los fondos para el cambio climático se destinan a la adaptación, mientras que la gran mayoría financia la mitigación, un reajuste en las inversiones es necesario. No se trata de reducir la financiación para la mitigación, sino de aumentar los recursos para la adaptación, con un enfoque en ecosistemas críticos, al borde de un punto de no retorno que amenaza a comunidades y sociedades enteras. Colombia, que será la anfitriona de la COP16 de Biodiversidad en 2024, tiene la oportunidad de liderar el encuentro y proponer una agenda que fortalezca las sinergias entre la biodiversidad y las políticas de adaptación al cambio climático.

Exceder la temperatura acordada de 1,5°C acarreará consecuencias graves. Peores consecuencias sufrirán las poblaciones más vulnerables y los jóvenes, quienes tienen la menor responsabilidad frente a los efectos climáticos que se avecinan. Debemos aceptar esta realidad y redoblar nuestros esfuerzos en la adaptación. Solo así podremos enfrentar cara a cara un futuro incierto. Elijamos el camino de la sostenibilidad y la resiliencia en el 2024. El reloj climático avanza, y la ventana para un futuro verde aún está abierta, pero cerrándose rápidamente.