A tan solo media hora de Barranquilla en chalupa, dentro de la Cienaga Grande de Santa Marta, se encuentran asentamientos humanos de ensueño, representantes emblemáticos del realismo mágico caribeño, combinación única de desamparo y resiliencia. Estos son los pueblos palafitos (Nueva Venecia y Buenavista), comunidades dependientes de la pesca y el mangle, erigidas como islas aglomeradas a base de madera. Una existencia anfibia. En estas comunidades habitan alrededor de tres mil personas, rodeados por el agua, las aves y las luces brillantes de las urbes vecinas. Por su cercanía y relevancia económica, Barranquilla se ha vuelto esencial para la vida de estos pescadores, vendiendo sus productos a comerciantes de la ciudad. Muy pocas interconexiones tienen con su capital departamental, Santa Marta.
Los pueblos palafitos representan el pasado y el futuro. Son comunidades que utilizan una práctica milenaria (recordemos que los españoles le pusieron el nombre Venezuela al país hermano por los asentamientos palafitos similares en el Lago Maracaibo) y que pueden dar una lección al mundo entero en resiliencia y adaptación al cambio climático. Los registros históricos de estas comunidades se originan a mediados del siglo XIX, evidenciando un asentamiento continuo que ha dejado un legado cultural en la región de la Cienaga Grande de Santa Marta.
El Gobierno de Colombia tiene una deuda histórica y de paz con estas poblaciones, las cuales fueron violentadas durante el conflicto armado. La masacre de Nueva Venecia causada por las autodefensas acabó con la vida de por lo menos treinta pescadores dejando un trauma intergeneracional que ha afectado a todos los habitantes de la región. Se debe seguir apoyando el desenvolvimiento de proyectos que beneficien de manera sostenible a estos pueblos palafitos, su valor cultural y ambiental siendo protagonista. Proyectos ambientales importantes existen como el del BID, que a principios del mes fue visibilizado por el Ministerio de Ambiente y que tendrá una inversión de 8 millones de dólares para la reconversión económica de los pescadores, la restauración ecológica de manglares y caños y el empoderamiento de las mujeres. A la misma vez, estos pueblos palafitos y los del Medio Atrato están en la lista tentativa de Colombia para ser nominados a Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, oportuno estudiar las posibilidades de avanzar en este proceso.
Los departamentos del Magdalena y Atlántico deberían capitalizar esta oportunidad de desarrollo sostenible que son los pueblos palafitos. En especial Barranquilla debería intercambiar lecciones y desarrollar un circuito de turismo sostenible, liderado por las mismas comunidades palafitos. Hoy en día, la gran mayoría de las personas que visitan estas comunidades son extranjeros y del interior. Mucho podríamos aprender en Barranquilla de ellos, ahora que el proyecto de la Cienaga de Mallorquín va en marcha, para proteger nuestro patrimonio cultural y ambiental. Los pueblos palafitos vecinos son sin duda uno de los atractivos estratégicos que debemos apoyar para desarrollar nuestra capacidad como región turística.