A partir de agosto, al presidente Iván Duque le quedarán dos años para completar su cuatrienio. Y el tema de su sucesor se volverá, por tanto, cada vez más, políticamente insoslayable y mediáticamente muy importante.

Los nombres que hoy más suenan son los de Sergio Fajardo y Gustavo Petro. También han anunciado su intención de ser candidatos Jorge Enrique Robledo, Rodolfo Hernández y Paola Holguín. Y han sido mencionados, entre otros, Carlos Holmes Trujillo, Paloma Valencia, Alejandro Char, Ángela María Robledo, Camilo Romero y Federico Gutiérrez.

Por los inclementes incrementos que tendrá Colombia en pobreza monetaria y multidimensional, en informalidad y desempleo, y por los drásticos descensos en calidad de vida de la clase media, un obligado eje programático del próximo debate presidencial será la economía. La hoja de ruta productiva que debe seguir el país.

En toda coyuntura electoral siempre hay un asunto que logra concitar el interés público. Por ejemplo, en las elecciones de 2008, que permitieron el triunfo de Barack Obama, el principal factor noticioso fue el desplome de la economía. Lehman Brothers, uno de los íconos bancarios de USA, se fue a pique. La Bolsa colapsó, el crédito cayó y los fondos de pensiones se reventaron. A eso se sumó el error monumental de Jhon McCain, cuando seleccionó de fórmula vicepresidencial a un desastre intelectual llamado Sarah Palin, la exgobernadora de Alaska.

En 2002, la victoria de Álvaro Uribe sobre Horacio Serpa, en primera vuelta, fue la consecuencia de la eficaz lectura que el primero hizo de ese momento. Tras la frustración de la paz de Andrés Pastrana, Uribe propuso la Seguridad Democrática y la resumió en una imagen y en la frase: ‘Mano firme, corazón grande’.

Desde luego, la coyuntura presidencial de 2022 superará en complejidad las que he citado.

El líder que pretenda dirigir la nación entre 2022 y 2026 deberá lograr la más alta convocatoria alrededor de la unidad, la esperanza y la cooperación, entendida esta última como el encuentro de visiones e intereses distintos en torno a un propósito nacional común: un modelo de desarrollo que inequívocamente apunte a aplanar la curva de la desigualdad. La más peligrosa y epidémica de las curvas.

Con el azote brutal del coronavirus, cobrará más sentido la filosofía de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, sintetizada en el lema: “Que nadie se quede atrás”.

En un país que terminará más pobre y que probablemente asistirá a un segundo tiempo más intenso de la protesta social, sería iluso dar por muertas las posibilidades de un proyecto populista de izquierda que, presumo, intentará movilizar la rabia y la frustración de los marginados y la clase media diezmada. Ese peligro debe y puede conjurarlo una alternativa presidencial de centro, no demagógica, que le hable clarísimo al país y le trace un rumbo certeramente optimista.

@HoracioBrieva