Hay destinos a los que no se puede escapar. Aunque se quisiera. En su libro autobiográfico, Gabriel García Márquez cuenta que el sueño secreto de Julio Mario Santo Domingo, a sus 25 años, era ser escritor. Alfonso Fuenmayor, de hecho, lo incluyó en el consejo editorial del semanario ‘Crónica’ del Grupo de Barranquilla. Solo había una pequeña dificultad para cumplir ese sueño: era que Santo Domingo estaba destinado, dice Gabo, “a ser un Rockefeller latino, inteligente, culto y cordial”, es decir, un “condenado sin remedio a las brumas del poder”. El escenario construido por su padre, el fundador del imperio, no le dejó la opción de permitirse un oficio y un ambiente que reñían con la hoja de ruta familiar.
Guardadas las proporciones, se sabe que la auténtica pasión de Arturo Char ha sido ser cantante, pero por poderosas e ineludibles razones familiares ha tenido que consagrarse a la política. También el fútbol es otra de sus fuertes motivaciones, y por el entusiasmo que le generan las ligas menores promovió la creación del Barranquilla Fútbol Club, del cual salieron figuras como Bacca y Teo.
Por eso cuando se dice que Arturo es un congresista de excesivas inasistencias y clandestina retórica no me sorprende. Debe aburrirse mucho en el Congreso y sospecho que preferiría estar haciendo un concierto o disfrutando un partido en el Metropolitano o en el Romelio. Pero ni modo. Era el único, entre sus hermanos, que podía asumir el relevo parlamentario de su padre. Alejandro, a quien sí le gusta la política, tiene vocación ejecutiva, no legislativa. Y Antonio se definió por un perfil de dirigente empresarial.
Las descalificaciones a Arturo por la presidencia del Senado provienen de su ausentismo, de su desconocido verbo legislativo y del tremendo chicharrón de Aida Merlano.
Designado para el cargo, tiene, sin duda, un reto: hacer su trabajo lo mejor posible y ser consecuente con la adhesión que anunció a la renta básica, presentada de nuevo en esta legislatura. Está en juego su imagen y la de su hermano Alejandro, a quien se le da como probable candidato presidencial en 2022.
Si la política funcionara desde lo racional, el presidente del Senado debió ser Iván Marulanda, un líder histórico del galanismo que se ha distinguido por su inteligencia, su coraje y su decencia. Pero la política se guía por la lógica pragmática de los intereses y los pactos y era comprensible que la coalición de gobierno decidiera colocar al frente del Congreso a alguien congruente con la agenda del presidente Duque.
Marulanda ha dicho algo certeramente indiscutible: lo ocurrido confirma que si un presidente alternativo quiere gobernar a este país en el próximo cuatrienio necesitaría mayoría en el Congreso. De lo contrario, le quedaría muy difícil realizar los cambios que requiere Colombia para empezar a superar la pobreza, la desigualdad y la corrupción.
@HoracioBrieva