Aunque finalmente no sirva de nada, siento, como columnista, que es indispensable hacerle una pertinente interpelación al alcalde de Barranquilla por el acuerdo de la junta del Área Metropolitana, presidida por él, de convertir la entidad en autoridad ambiental. El concejal Juan Carlos Ospino ha sido el único que ha revirado: “Esto no puede decidirse a puerta cerrada y usurpando las funciones de los concejales municipales”.

La primera inquietud que viene a mi cabeza es que la ciudad ha ensayado con distintas y fracasadas nomenclaturas ambientales (Dadima, Damab, Foro Hídrico y Barranquilla Verde) y ninguna ha logrado edificar una gestión significativa. Lo que indica que a lo ambiental no le hemos dado el primerísimo lugar que debe tener en la agenda pública distrital, dados los efectos calcinantes del cambio climático y los pactos internacionales que reclaman un compromiso total con el desarrollo sostenible.

Con estos lastimosos antecedentes, el escepticismo es que pretendamos abarcar mucho y hacer poco. Nada más la hoja de ruta ambiental de Barranquilla (que no debe limitarse a la siembra masiva de árboles) es desafiante en calidad del aire, áreas verdes, aguas residuales, recuperación de caños y disposición de basuras, como para agregarle ahora el entorno metropolitano.

Se colige que Barranquilla Verde quedará subsumida en el AMB al asumir ésta la competencia ambiental, lo que significa el funeral de otra de las entidades creadas en los últimos 25 años. Quedaría pendiente por saber cuál sería la suerte de Edumas, la dependencia ambiental de Soledad.

La reacción del director de la CRA, Jesús León Insignares, ha sido la de ponerse en guardia en defensa de la jerarquía legal de la corporación. Está retada por el AMB y, al parecer, podría debilitarse.

Como el AMB, en adelante, podrá actuar sobre un amplio territorio que incluye nada menos que las 16.000 hectáreas de expansión urbana entre la primera y la segunda Circunvalar, presiento que aquí la motivación primordial es manejar unas gigantescas decisiones inmobiliarias y una formidable contratación. La ciudad va a crecer en el sector mencionado y eso, comprensiblemente, excita el olfato mercantil.

Esto obliga a repensar el rol de la CRA en un departamento que tiene enormes retos derivados de problemas que se volvieron crónicamente estructurales como la erosión costera y la desecación sin pausa del embalse del Guájaro, sin cuya recuperación plena es imposible imaginar una agricultura moderna y competitiva.

Lo reflexivo sería mirar de conjunto lo que conviene a Barranquilla y al resto del Atlántico en términos de sostenibilidad ambiental, pues ahí nos sigue yendo pésimo en los indicadores de competitividad. Necesitamos una visión ambientalista que prime sobre el cálculo de las oportunidades comerciales surgidas de nuestro futuro crecimiento urbano.

@HoracioBrieva