Escuché hace unos días a Alejandro Gaviria, a quien personalmente no conocía. En la charla, organizada por el exgobernador José Antonio Segebre, el precandidato de la Coalición Centro Esperanza habló de la paz política, una de sus tres apuestas. Gaviria propone “superar la peleadera que nos tiene mamados a los colombianos” y “encontrarnos y unirnos en un propósito común”.
La paz política - que es sinónimo de armonía, concordia, acuerdo, alianza y pacto - sigue siendo un propósito por conseguir en este país. Y su concreción parece remota por las hogueras de intolerancia y odio que las redes sociales han acrecentado.
Lo que hoy vivimos es la prolongación de una historia de 200 años de república donde las guerras civiles fueron una trágica recurrencia hasta que los liberales y conservadores decidieron hacer la paz política a través del pacto que firmaron Alberto Lleras Camargo y Laureano Gómez.
Es cierto que el Frente Nacional impuso un duopolio que eliminó la competencia democrática y un exclusivo dominio bipartidista del Estado, pero la respuesta de quienes se dedicaron a fundar guerrillas comunistas, guevaristas o nacionalistas no fue batallar civilizadamente para mejorar la calidad de la democracia, sino preferir la lucha armada. Eso fue equivocado. Los 50 años de guerra de las Farc hacen parte de ese desperdicio de tiempo. Y lo que provocaron fue la aparición de otros actores tan brutales como ellos: los paramilitares.
El balance de seis décadas de violencia es pavoroso: miles de muertos, mutilados, viudas, huérfanos, desplazados y despojados de sus tierras y animales. Y el ciclo no ha terminado. Se alarga con la persistencia guerrerista del Eln y la reincidencia de las disidencias de las Farc en un contexto de narcotráfico que ha hecho de Colombia el principal exportador de cocaína del mundo.
En un país tan crispado como el nuestro no será fácil lograr la paz política. Yo he hecho el ejercicio de preguntarles a uribistas comunes y silvestres sobre las Farc desmovilizadas y la contestación ha sido: “Estos criminales tienen que pudrirse en la cárcel; no los queremos en la política y mucho menos en el Congreso”. Cuando he hecho la indagación a los petristas viscerales respecto a Uribe, me han dicho: “Este paraco tiene que reconocer los falsos positivos y pagar por estos asesinatos”.
Creo, como el novelista Juan Gabriel Vásquez, que necesitamos no solo avanzar en el cumplimiento del Acuerdo de Paz de 2016, sino “llegar a un acuerdo entre los civiles para superar la inquina política”. Pero eso solo será factible si los colombianos instalamos en la Casa de Nariño a una persona capaz de desactivar la intolerancia que alimenta los odios y la división nacional. Necesitamos una Presidencia entre 2022 y 2026 que pase a la historia por sacar a Colombia de la polarización política. ¿Quién tiene el mejor perfil para hacer esta histórica tarea?
@HoracioBrieva