El recibimiento de las primeras 50 mil vacunas por el presidente Duque y miembros de su gabinete ministerial, y el comienzo de las aplicaciones, agitó a este polarizado país.

Un bando aplaudió las ruidosas ceremonias como el principio del fin de la pandemia. Otro vociferó rabioso por la teatralidad gubernamental. Incluso Salud Hernández se cabreó con el alboroto oficial. En las redes sociales algunos dijeron que ya era hora de que la oposición dejara de joder por todo. Otros, burlonamente, expresaron sentirse extrañados por la ausencia de Jorge Barón para la patadita de la buena suerte y de William Vinasco para narrar el suceso.

Atenuar la contrariedad de millones de compatriotas por los retrasos en la inmunización y debilitar los reproches de la oposición fue seguramente la intención no confesada del show de las vacunas. Y las encuestas mostrarán si el espectáculo le sirvió al presidente Duque para modificar la percepción desfavorable sobre el manejo de la pandemia. Por ejemplo, el estudio del Instituto Lowy de Australia colocó a Colombia en el puesto 96 entre 99 países analizados. Quedamos en los últimos lugares.

Lo que se requiere ahora es que el proceso de vacunación sea rápido y práctico, es decir, sin los densos trámites típicos del país y sin las voladas de fila, una costumbre muy latina que en Colombia se acentúa y es parte de nuestro cuadro patológico de corrupción. Chile, que es hoy el país latinoamericano que mejor hace la faena en vacunación, ha logrado en un día inmunizar hasta 200 mil personas citándolas por sus edades en fechas y zonas anunciadas con antelación. Sin torturas tramitológicas.

A estas alturas es equivocado que el gobierno de Duque saque pecho por las vacunas. Le conviene más realizar la tarea sin estropicios mediáticos y con mucha efectividad. Efectuar bien la vacunación es lo único que puede hacer olvidar a los colombianos la tardanza en iniciarla y el rezago respecto a varios países.

A las notorias fallas del gobierno en el tratamiento de la pandemia se añade, desde luego, una circunstancia indudablemente real y contundente: el mayor problema de esta crisis sanitaria es la oferta de vacunas. Su producción para más de 7.000 millones de seres humanos se concentró en unos pocos laboratorios y las grandes marcas (GSK, Merck y Sanofi) se quedaron cortas esta vez y emergieron unas más pequeñas como Moderna y BioNTech.

¿Qué debería venir en consecuencia? La OMS ha propuesto (y la Unión Europea lo está valorando) un acuerdo global que permitiría, al menos, compartir conocimientos para la producción de este tipo de vacunas. En un mundo tan interconectado un principio fundamental de salud pública es que nadie está seguro hasta que todos estemos seguros. Pero eso exige una comunidad internacional más integrada y más solidaria, donde es válido que las farmacéuticas ganen, pero debe ganar, ante todo, la humanidad.

@HoracioBrieva