Reforma a la salud
Históricamente las revoluciones totales han terminado siendo regresivas por inestables.
Cuando escribo esta columna, en la noche del miércoles 5 de mayo del 2021, lo hago con la tranquilidad de saber que de manera pacífica, responsable y segura, los estudiantes con quienes he estado trabajando en los últimos días lograron expresarse por no estar de acuerdo con el proyecto de Ley 10 de 2020 Senado – 425 de 2020 Cámara, que busca reformar nuestro Sistema General de Seguridad Social.
En la calma de esta noche noté que ninguno de los jóvenes con que compartí las últimas largas horas había nacido en 1993 cuando se firmó la Ley 100. Ellos no conocieron los lazaretos, tampoco guardan en sus memorias las salas de pediatría donde morían a diario lactantes por deshidratación o desnutrición severa, y menos conocieron los periplos que hacíamos profesores y alumnos para hacer la “vaca” y comprar con ella las ampollas de ampicilina necesarias para tratar la meningitis del escolar que convulsionaba en la sala de urgencias del hospital donde rotábamos.
No los culpo. A su edad ha sido aún escaso el contacto que han tenido con el sistema de salud. Las referencias que tienen están casi todas marcadas por los escándalos de corrupción y desgreño administrativo que muy frecuentemente se denuncian en el mismo a lo largo y ancho del país. El cúmulo de las malas noticias ha construido en ellos la percepción de que nada bueno ha pasado para la salud y el bienestar de nuestra población en estos 27 años. Que el sistema en su conjunto fracasó y que debe ser construido nuevamente desde cero.
Con ellos coincidimos en que para lograr mejores resultados en salud se deben incluso modificar partes de la estructura de nuestro sistema, como la fragmentación y desarticulación de actores, la debilidad en su dirección, y el marcado enfoque resolutivo. No obstante, he llamado su atención acerca de la necesidad de fortalecer las áreas que han logrado con datos y cifras evidenciar avances importantes en cobertura y en el empoderamiento de la población.
Propongo entonces, a los que expresaron activamente su desacuerdo hoy, que para poder lograr el mayor impacto de sus aportes en las discusiones que se inician, se informen bien y de fuentes confiables acerca de lo que ha sido exitoso en estas tres décadas de vida de la ley que definió el sistema, así como las mejoras que a través de las modificaciones posteriores se han logrado. Estoy seguro de que ello hará que la propuesta de reforma que finalmente se apruebe nos facilite como país, entre otras cosas, materializar el mandato que elevó la salud a la categoría de derecho fundamental, y con ello a una condición necesaria para el disfrute y la producción de la riqueza social.
Usemos los espacios académicos para el respetuoso debate que nos permita evaluar, entre otros, la necesidad de incluir en la reforma la depuración de roles y actores que no generan valor al sistema, y que se pueda fortalecer aquello que ha contribuido a mejorar la calidad de vida de nuestra población.
Parecería que desafortunadamente, por la inmediatez de un mundo interconectado y de redes, una parte de la sociedad empieza a disfrutar más el ruido de un árbol al caer que el silencio del bosque al crecer. La historia nos ha demostrado que si tenemos la paciencia y constancia para trabajar en pequeños, pero sostenidos cambios, logramos que los mismos sean progresivos en el tiempo. Históricamente las revoluciones totales han terminado siendo regresivas por inestables.
hmbaquero@gmail.com
@hmbaquero
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