En medio de las impactantes cifras diarias de fallecidos por la pandemia, el país avanza con el plan nacional de vacunación. Las frustraciones iniciales por la llegada a cuentagotas de las primeras dosis afortunadamente empiezan a quedar atrás. Durante las últimas semanas hemos recibido en Colombia, de manera sostenida, un número creciente de vacunas, el cual, si bien aún es insuficiente para alcanzar la anhelada meta que nos proteja como grupo, si nos compromete a los ciudadanos que vamos siendo priorizados a responsabilizarnos sin excusas de nuestra pronta y completa inmunización.
Vacunar niños es una tarea relativamente fácil, al menos hasta en esas edades en las cuales los padres asumen la responsabilidad de asistir a las citas programadas en el esquema. Cuando se llega a la adultez, la tarea se complejiza: cualquier información que genere incertidumbre acerca de las vacunas puede terminar siendo malinterpretada y usada como excusa para que se evite “poner el brazo”. Además, las golosinas de premio ya no motivan.
La semana anterior, en un puesto de vacunación local contra la covid-19, fui testigo de un caso que ejemplariza lo anterior.
De manera discreta, por la estigmatización que pueden generar los inesperados comentarios, una amable integrante del equipo de salud explicaba a los “ansiosos” pacientes el procedimiento que se seguiría para vacunarlos y los cuidados que deberían tener después de recibir el medicamento. Las recomendaciones posteriores a la vacunación incluían la prohibición de consumo de licor hasta por dos semanas después de la segunda dosis, pues según ella la vacuna perdía su efecto. Ya con el producto aplicado, un recién vacunado tímidamente preguntó: “¿Ni siquiera el día del padre me puedo tomar un traguito?”, recibiendo como respuesta una inquisidora mirada con el contundente comentario: “¿De verdad no puedes estar sin tomar?”
En un mundo donde la información de temas relacionados con la salud circula sin filtros de calidad, los profesionales del área debemos ahora, además, asumir la responsabilidad de proteger a la sociedad contra la desinformación que esto puede llegar a generar, evitando que malas decisiones individuales terminen generando un significativo daño colectivo. Debemos combatir activamente esa tendencia tan actual en las redes de informar con titulares sensacionalistas de la manera más eficiente posible: informándonos adecuadamente nosotros.
Así como para la ciencia está claro que las enfermedades severas del hígado, entre ellas la cirrosis por alcohol, comprometen la capacidad del sistema inmune de responder ante las vacunas, también lo está que la ingesta responsable de unos “tragos” que liberen de preocupación a los espíritus, estimula respuestas neuroendocrinas que robustecen la inmunidad.
La única prevención cierta para limitar la ingesta de licor después de ser vacunado radica en que si esta se hace de manera descontrolada los efectos indeseables del alcohol se pueden confundir con eventos adversos de la vacuna.
Sin temor “pongan el brazo” los fines de semana y celebren con unos responsables “traguitos” el haber sido vacunados. Después de todo, en ninguno de los estudios publicados de eficacia y seguridad de las vacunas el diseño incluía la prohibición de ingerir licor después de vacunado. ¡Hay que confiar en la ciencia y remplazar la colombina!
hmbaquero@gmail.com
@hmbaquero
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