En educación, la empatía es un pilar un fundamental sobre el cual gravita el desarrollo de las competencias disciplinares; puede mejorar el ambiente de aprendizaje y prepara a los estudiantes para interactuar de manera constructiva y humana en cualquiera que sea su profesión.
Durante mucho tiempo, la educación se fundamentó en un sistema de aprendiz-maestro, donde la autoridad del segundo era incuestionable y absoluta. Este modelo estableció un precedente de control y dominación, creando un entorno en el que la posición de poder, e incluso el abuso, se normalizó como una forma de enseñanza. Hoy sabemos que ello perjudica el aprendizaje y erosiona los valores fundamentales de respeto y empatía que deben guiar todas las interacciones humanas.
Lamentablemente, aún existen casos donde la falta de empatía conduce al maltrato, justificándolo en una supuesta necesidad de “endurecer” al educando y con ello prepararlo para la rigurosidad de la vida laboral. Este argumento, además de obsoleto, es equivocado. El maltrato no fortalece, debilita. Los estudiantes sometidos a un ambiente de irracional presión constante y desvalorización pueden desarrollar ansiedad, depresión y baja autoestima, factores que inevitablemente afectan su bienestar y por ende, su desempeño académico.
Sabemos que las cicatrices del maltrato durante la formación son profundas y, en muchos casos, perennes. Quienes han sido maltratados durante su formación es posible que tiendan a replicar estos comportamientos abusivos, perpetuando un ciclo que contamina. La lucha por ser el mejor, asegurar el ascenso o una posición determinada, puede llevar a comportamientos malsanos como el sabotaje, la exclusión social o el bullying. Esa dinámica de competencia destructiva es contraproducente, genera hostilidad y pérdida de empatía, e impide el desarrollo de una cultura de colaboración y respeto.
Garantizar relaciones empáticas entre los diferentes actores es un imperativo ético para la educación con calidad, y lograr su desarrollo exige el fortalecimiento de habilidades y espacios para la comunicación, así como la capacidad de escuchar y comprender a los demás. Niveles adecuados de empatía aumentan la satisfacción personal, mejoran el rendimiento académico y disminuyen los niveles de estrés. En ese sentido, crear espacios para el trabajo voluntario, por ejemplo, puede ser una buena estrategia que permita a estudiantes y docentes interactuar con diversos grupos sociales, entender sus realidades y necesidades, y reflexionar acerca de su rol en la comunidad.
Solo a través de un enfoque humanista y respetuoso podemos garantizar que los futuros profesionales, además de ser competentes en sus campos, sean también ciudadanos íntegros y empáticos, capaces de contribuir positivamente a la sociedad.
@hmbaquero