Escribo estas palabras con dolor en el alma y los ojos húmedos de tristeza al observar por televisión las honras fúnebres del senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay. Como millones de colombianos, trato de llenarme de ánimo y sensatez para superar esta trágica expresión de la violencia irracional y la inseguridad que hoy campean en todo el país.

Es un aliciente escuchar a la viuda María Claudia quien, en medio de su tragedia, rechazó tajantemente cualquier acto de violencia o de venganza en retaliación por el asesinato de su esposo, al tiempo que manifestó la necesidad de que haya justicia, como vía para fortalecer la democracia: “Que los seres humanos respondan por sus actos hace un país justo. Y debe haber justicia, no solo por Miguel, sino por una Colombia entera que merece vivir en paz”.

Su postura es el mejor ejemplo de coherencia en una Nación que necesita desembarazarse de emociones y comportamientos históricamente enraizados en su esencia, como la violencia, el odio, la intolerancia, la polarización y el fanatismo político. Estas palabras motivadoras de convivencia pacífica tienen mayor relevancia al tratarse de una familia que ya ha sufrido el rigor de la violencia, pues Miguel Uribe tuvo que enfrentarse, apenas a los cuatro años, al homicidio de su madre, la reconocida periodista Diana Turbay Quintero. Como fatal coincidencia, el hijo de Miguel vive este infortunio casi a la misma edad. Como ellos, muchísimas familias colombianas sufren a diario trances similares.

Aunque la violencia en el país no ha cesado, ni mucho menos las hostilidades contra quienes ejercen acciones por los derechos humanos, por el cuidado del medioambiente o el ejercicio democrático de la política, este magnicidio -el sexto en los últimos 38 años-, lacera gravemente nuestra sociedad y pone en vilo nuestra democracia. Cuando se apela a la desaparición física del candidato oponente para evitar el ejercicio libre y transparente de la política e infundir miedo, se le da una puñalada trapera al pluralismo y al Estado de derecho. Además, es un claro atentado contra las garantías electorales, que constituyen uno de los bienes más preciados de toda sociedad democrática.

Si el país continúa por este camino de violencia e inseguridad caerá, inexorablemente, en un abismo de destrucción de su tejido social, que hará inviables la paz y la democracia, y lo sumirá en un mayor caos, pobreza, desigualdad e injusticia social. La ausencia de diálogo, de respeto y de tolerancia es terreno fértil para la destrucción de la patria.

@Rector_Unisimon