Según datos públicos del Sistema Nacional de Información de la Educación Superior (SNIES), existían en el país, con corte a 31 de diciembre del año pasado, 63 programas de medicina activos. En conjunto, estos programas graduaron en el último año, a un poco más de 6.900 nuevos profesionales de la medicina. Ellos se sumaron a los aproximadamente 127.000 documentados en el Registro Único Nacional del Talento Humano en Salud (ReTHUS) para que actualmente podamos decir que en Colombia disponemos de 2,4 médicos por cada 1.000 habitantes, una cifra por debajo del último promedio reportado para los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que es de 3,6 médicos por cada 1.000 habitantes en 2019.

Una primera lectura de estas cifras puede sugerir la necesidad imperiosa de abrir más programas de formación para mejorar la relación médico por habitante en el territorio nacional. Ahora bien, la historia de la educación médica en Colombia aporta información que ayuda a racionalizar y matizar este tipo de decisiones, mientras se tienen mayores luces acerca de la forma más eficiente de implementarlas.

En nuestro país hemos pasado de 1,2 médicos a la relación anotada de 2,4 médicos por 1.000 habitantes en los últimos 20 años, según datos del Ministerio de Salud. La misma fuente muestra proyecciones, que de mantenerse el ritmo actual de graduandos por año, en poco menos de una década, la relación estará por encima del promedio deseado que brinda la OCDE. Ello teniendo de presente que el ritmo de crecimiento de nuestra población ya empezó a desacelerarse.

En una revisión de cómo los países referente de la OCDE abordaron la situación de baja disponibilidad de médicos por habitante, encontramos dos retos importantes que debieron enfrentar y de los cuales podríamos aprender: el primero era el de mantener un número adecuado de médicos en los niveles generales de formación, y el segundo, el de mejorar su distribución, garantizado su presencia en regiones rurales y remotas.

Tener más médicos por habitantes siempre será valorado como un loable objetivo. No obstante, la mejor evidencia científica disponible muestra que, por encima de cierto número, la ganancia en términos de mejoría del bienestar de la población no se incrementa y por el contrario, las implacables leyes del mercado terminan pauperizando la contratación del talento humano, empujando la fuga del mismo y disminuyendo la calidad en la formación. Esto último, porque los limitados recursos para hacerlo tienen que ser compartidos.

Como educador, siempre celebraré y apoyaré las iniciativas responsables y ajustadas a las mejores prácticas para brindar más oportunidades de formación a las nuevas generaciones. Con conocimiento de causa, y apoyado en datos, puedo afirmar que en nuestro país no se necesitan más programas de medicina, al menos no justificados solo en un indicador cuantitativo de recurso humano.

Formar médicos requiere, entre otros, escenarios de prácticas formativas con vocación docente, una adecuada relación profesor - estudiante y un proyecto educativo institucional coherente con la formación humanística que exige nuestra profesión. El verdadero reto de titular médicos es poder desarrollar en ellos las herramientas para que ejerzan la medicina con profesionalismo.

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