Esta semana que concluye, el Instituto Karolinska de Estocolmo (Suecia) anunció que la bioquímica húngaro-estadounidense Katalin Karikó y el inmunólogo estadounidense Drew Weissman eran los ganadores del Premio Nobel de Medicina de este año. Los trabajos de investigación que los hicieron merecedores de este galardón sirvieron como base para el desarrollo de un tipo de vacuna contra la COVID-19. Apoyados en los mismos resultados, varios grupos de investigadores en el mundo trabajan para lograr nuevas vacunas más efectivas y seguras, incluyendo vacunas contra algunos tipos de cáncer.
La historia de las vacunas se remonta a finales del siglo XVIII, cuando Edward Jenner, un médico británico, desarrolló la primera vacuna contra la viruela. Casi 200 años después de que Jenner vacunara al primer paciente, la humanidad celebró en 1980 la erradicación mundial de esta enfermedad. Al alcanzarse este hito, quedó plenamente evidenciado el poder de las inmunizaciones en el control de las enfermedades infecciosas.
En el campo de la vacunación, una vez superado el reto de desarrollar la vacuna, se debe enfrentar el desafío de hacerla accesible para el mayor número de personas. En el último siglo, se ha avanzado significativamente en las coberturas de vacunación a nivel mundial; sin embargo, aún persisten grandes desafíos en cuanto a su distribución equitativa.
La inequidad en la distribución de todas las vacunas ha empeorado en los últimos 10 años en América Latina y el Caribe. Esta región ha pasado de tener una de las tasas más altas de vacunación infantil en el mundo a estar rezagada, incluso a punto de ser superada por África. En este rincón del planeta, unos 2,4 millones de niños no han recibido el esquema completo de las vacunas principales, incluyendo entre ellos a muchos que no tienen ninguna dosis. Es éticamente inaceptable que uno de cada cuatro niños en nuestra región esté expuesto a infecciones inmunoprevenibles como la hepatitis B, el sarampión o el tétanos. La pobreza, el desfinanciamiento de los sistemas de salud y la creciente inestabilidad política y social del continente parecen ser las causas de este descenso abrupto en las coberturas de vacunación.
En muchas regiones al interior de Colombia, la situación no es muy diferente a la descrita. Aunque en las grandes capitales, las cifras de coberturas vacunales son comparables con las del primer mundo, en regiones apartadas de nuestra geografía, las tasas de vacunación con dificultad superan a las de los países más pobres del planeta.
Ahora, cuando en nuestro país parecen confluir los mismos factores que han deteriorado las coberturas en América Latina y el Caribe, debemos como sociedad civil prender todas nuestras alarmas, pues nuestra supervivencia, y la de nuestros seres queridos, también dependerá de tener un programa nacional de inmunizaciones que sea robusto y universal.
Sería lamentable que, mientras el mundo celebra el desarrollo de nuevas vacunas, en nuestro país regresemos a las épocas en que lamentábamos masivamente las muertes causadas por las enfermedades inmunoprevenibles.
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