En el retorno gradual a la consulta presencial en el Hospital Universitario Julio Méndez Barreneche de Santa Marta, me tocó ver con mis propios ojos el escenario triste y doloroso de Tasajera después del primer pico de la pandemia por C-19, que les dio duro y con un elevado número de contagios y unos 280 fallecidos, por ahora, en todo el municipio; hasta cerco epidemiológico tuvieron.

Me impactó verlos deambular en su pobreza en medio del fango al frente de cada casa, todos sin tapabocas, con una expresión de desesperanza en sus rostros y el mismo vacío en la mirada como zombies sociales a los que nadie tiene en cuenta, sujetos invisibles, muertos vivientes en un país indolente. Resultó curioso observar que, a medida que pasé Pueblo Viejo y me acercaba a Ciénaga, aumentaba el número de personas con tapaboca. ¿Será que adquirieron inmunidad de rebaño o es tal su nivel de pobreza que tan sólo unos metros adelante hay el mínimo para sobrevivir y conseguir un tapaboca? Todavía no me lo he contestado.

La respuesta me la dará, lo sé, lo que no deseo que suceda, un segundo pico de contagio en esa zona que, teóricamente, daría más fuerte teniendo en cuenta sus condiciones de hacinamiento y pobreza, no parece haber algo que pudiera detener o disminuir un nuevo contagio. Me pongo a comparar con países donde hay rebrote demostrado, como en España y Francia, donde, al parecer, tienen para comprar un tapaboca y se supone que son más educados socialmente y, aun así, las cifras de nuevos contagios aumentaron, aunque, como demuestran las estadísticas hasta ahora, la letalidad es menor. Es lo único a lo que me aferro en caso de un rebrote por estos lares. Porque aquí no funciona ningún método de educación social que pueda organizarlos en caso de ocurrir, tampoco creo que haya la disponibilidad y velocidad de reacción estatales para cubrir un rebrote, ya bajamos las alertas y eso es peligroso.

Al regreso, no hice lo que acostumbro, comprar pescado en los ventorrillos porque consideré que no había garantías sobre el cuidado del producto de la pesca y preferí no arriesgarme. Me dolió no colaborar. Luego, vi de manera breve el sitio de la tragedia en la que estalló el camión que se había volcado y que saqueaban, sólo hay un letrero como recordatorio de lo que pasó, lo cual no representa nada para estas personas que no encuentran una salida a su condición de pobres y probables contagiados, un letrero más en la carretera que los que pasen por el lugar mirarán hasta cuando desaparezca, eso es muy triste. El regreso a casa también lo fue, se me contagió su desesperanza y mirada vacía.

PS: Con el permiso de los lectores, envío nota de condolencia a la familia Jordi Sánchez, de Fundación, Magdalena, por el fallecimiento de Anny Margarita Jordi Sánchez de Lafont, una de las personas lindas que conocí, un ser humano excepcional. Me enteré en esa carretera.

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