El Heraldo
Cultura

Michel Piccoli, símbolo de la época de oro del cine europeo

La muerte del reconocido actor francés Michel Piccoli trae a la memoria de muchos cinéfilos la representación de una época especial, donde películas de célebres directores como Luis Buñuel, Lean Luc Godard, Claude Sautet, Louis Malle, Claude Chabrol, Alain Resnais, o Agnes Varda, marcarían sus producciones con su particular semblante.

Aunque su carrera artística empezara desde la década de los 40, tanto en teatro como en cine, su nombre despega con El Desprecio (1963) de Godard, donde actúa con Brigitte Bardot, otra figura legendaria del momento.

Su trabajo con el director español Luis Buñuel fue tal vez el que mas ha dejado huella en nuestra memoria colectiva, con títulos como Diario de una camarera (1964), Bella de día (1967), La Vía Láctea (1969), El discreto encanto de la burguesía (1972) y El fantasma de la libertad (1974).

Las décadas siguientes fueron también significativas, y es imposible olvidar su carismática figura y su penetrante mirada, asociada con esos personajes a veces crueles, irónicos, malévolos o distantes que criticaban los estereotipos de la época.

En sus memorias, Diálogos Egoístas, menciona el respeto que sentía por la actuación, trabajando sin pretensiones y con sencillez, hecho que se hace evidente en su repertorio. Pero a pesar de todas las etapas que vivió y superó, siempre estuvo marcado por una infancia traumática, donde el fantasma de la muerte de un hermano mayor que nunca conoció sentó presencia permanente a través de sus padres. 

Además de Buñuel, fue el predilecto de Claude Sautet y de Marco Ferreri. En 2006 actuó en Bella Siempre, de Manoel de Oliveira, una especie de reencuentro con Bella de día, 38 años después. En 2012 participó en el rol de un Papa en la película de Nani Moretti, Habemus Papam, por la cual obtuvo el premio “David di Donatello”, y una de sus últimas intervenciones fue una peculiar cinta de Leos Carax, Holy Motors.

El Sabor de los arándanos de Thomas de Thier en 2014, donde se representa una pareja en la década de los ochenta escapando a un mundo fantástico fue su despedida como actor.

Su repertorio, que cuenta con casi doscientas películas tanto comerciales como de cine-arte, no se limita sólo a la actuación. Fue también director y guionista, y obtuvo reconocimientos importantes como Mejor Actor en el Festival de Cannes en 1980 por Un salto en el vacío, de Bellocchio, el Oso de Plata en Berlín por su papel en Un extraño asunto (1982), de Pierre Granier-Deferre, el Leopardo de Plata en Locarno por Sous les toits de Paris en 2007. Sin embargo, nunca obtuvo un premio César (el equivalente al Óscar) en su propio país, a pesar de varias nominaciones.

Hijo de músicos, consideraba que el actor, a diferencia del músico, no contaba con un instrumento a representar, sólo su propio cuerpo, su propia expresión, su sensibilidad ante el personaje, y es así como lo debemos mirar, aprovechando la ocasión para revisar algunas de sus películas, muchas convertidas en verdaderos clásicos del cine.

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