El director sueco Roy Anderson ha explorado las distintas facetas de la condición humana a lo largo de su obra, que comprende pocas pero muy elaboradas producciones. Bajo su lente es fácil caer en el teatro del absurdo, como resulta la experiencia al presenciar sus películas, exentas de todo tipo de convencionalismos, tanto en contenido como en forma.

Sobre lo Infinito es la sexta película de Anderson, obtuvo el León de Plata en el Festival de Venecia de 2019, y a pesar de sus escenas surrealistas y de su atmósfera artificial es la mas realista si se compara con las anteriores. Entre éstas se destaca la llamada ‘trilogía de la humanidad’, compuesta por Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia (2014), La Comedia de la Vida (2007) y Canciones del segundo piso (2000).

La mirada minuciosa y exploradora de Anderson no permitirá que veamos la realidad de la misma manera. Exponer la cotidianidad con tal nivel de ironía y parodia, bien podría evocar un cuento de Julio Cortázar, donde lo mundano se transforma y adquiere lugar sublime. Tal es lo que sucede con una mujer caminando en una estación de tren,quien pierde el tacón de su zapato mientras empuja el coche de su bebé, o un hombre que se moja en la lluvia amarrándole los cordones del zapato a su hija,mientras caminan a una fiesta de cumpleaños.

En otros escenarios se abordan temas mas profundos, como la religión, la política o la historia, porque la película está compuesta de pequeñas viñetas que en cuestión de minutos pueden relatar toda una historia, jugando con el tiempo y el espacio.

La cinta comienza como evocando una pintura de Chagall con una pareja que vuela abrazada entre las nubes y observan la hermosa pero destruida ciudad de Colonia. En otra ocasión vemos un sacerdote que está perdiendo la fe y en sus sueños carga con una cruz, mientras se cuestiona qué es lo que ha hecho de mal. De los pocos personajes que se repiten, lo vemos en una escena posterior acudiendo a consulta con un psiquiatra, quien le cuestiona la existencia misma de Dios.

Un grupo de prisioneros caminando en el invierno de Siberia y un músico que ha perdido las piernas por una granada marcan la desilusión que producen las guerras, y así mismo un héroe fascista derrocado, escondido en su búnker, recibe el saludo de sus embriagados subalternos en los últimos momentos de su autoritario mandato.

La cámara fija, los colores poco saturados y los sujetos que se mueven con lentitud crean un ambiente reflexivo y particular que mezcla lo cotidiano con lo existencial y nos cuestiona, como en un pasaje de Pessoa, ¿cuál es el fin de la vida?

Todo tipo de sentimientos, dolor, egoísmo, envidia, felicidad, dicha, placer, desolación y codicia, son expuestos en los 76 minutos que dura el filme, número que coincide con la edad del director, hecho que pudiese tener también su propia interpretación.

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