En el politeísmo de la antigua Grecia los dioses estaban sometidos a un poder omnipotente: el Destino ¿Qué relación tuvo el Destino con Ananké y con las Moiras: Cloto, Láquesis y Átropos? Jorge Atanasio, B/quilla

Como usted dice, el Destino era un poder omnipotente, que imperaba sobre los mortales, pero también sobre los dioses, incluido Zeus, el más poderoso. En griego su nombre era Moros y en latín era Fatum (de ahí fatalidad). Hijo del Caos y de la Noche e imagen masculina del futuro, de la predestinación o de la desgracia, su mito guarda relación con el pasado, el presente y el futuro o, según algunos, con el nacimiento, el matrimonio y la muerte. Representado como un anciano ciego con un pie sobre la esfera terrestre y con la cabeza coronada de estrellas, portaba en sus manos un libro donde se databan las muertes de las personas y una urna donde esas muertes quedaban aseguradas, todo lo cual traduce que por encima de las demás deidades estaba él, amo y señor del Cielo, la Tierra y los Infiernos, es decir, de la Creación. En cuanto al libro, el Destino lo dejaba en un lugar donde los dioses podían consultarlo, pero ni estos últimos ni, desde luego, los mortales podían cambiar los decretos en él escritos desde el comienzo de los tiempos. El anciano ciego se relaciona con las Moiras (o Parcas, en Roma) porque estas tres hermanas eran sus ministras o sus personificaciones femeninas y las encargadas de hacer cumplir sus órdenes. En ese sentido, Cloto hilaba las hebras de la vida, Láquesis movía el huso y la rueca donde hilaba su hermana y medía la longitud de las hebras y Átropos, la más siniestra, se encargaba de cortarlas según hubiera llegado o no la hora de la muerte. Ananké, que en griego antiguo significa ‘fuerza, necesidad y protección’, era la deidad de lo inevitable, de lo que no puede revocarse, y se relaciona con el Destino en la medida en que ella era reflejo del poderío de este, de su fuerza, de la que ningún ser vivo podía escapar, y, por eso, a quienes aceptaban su sino, hacia él Ananké los conducía, y a quienes no lo aceptaban, hacia él los arrastraba.

Mi madre fue constante con el término puñetero para descalificarnos cuando mis hermanos y yo cometíamos alguna falta. Beto Cross, B/quilla

Puñetero tiene un primer sentido de despreciable, bellaco, maldito; por extensión y empleado como adjetivo, expresa ira, indignación, disgusto, quizá como el que experimentaba su madre. Pero puñetero y, de paso, puñeta tienen un segundo sentido, y entonces son palabras malsonantes, consideradas soeces y bajas, ambas derivadas de puño, que es la mano cerrada o lo que esta puede aferrar. Por eso, puñeta significa masturbación, y hacerse la puñeta es masturbarse. En El otoño del patriarca, García Márquez usa puñetero con el primer sentido: “… y entonces me llevó del brazo hasta la ventana del mar; me ayudó a dolerme de esta vida puñetera que sólo caminaba por un solo lado, me consoló con la ilusión de que me fuera allá…”.

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