La enésima desautorización pública del presidente Petro a la canciller, Laura Sarabia, esta vez por su decisión de prorrogar el contrato de expedición de pasaportes a Thomas Greg & Sons, fue la gota que rebosó la copa de su lealtad incondicional. Sin mencionar el tema en su carta de renuncia, quien fuera la mano derecha del jefe de Estado y más poderosa funcionaria del Ejecutivo se refirió a decisiones adoptadas en los últimos días que no compartía y que, “por coherencia personal y respeto institucional”, no podía acompañar, porque conducían a un rumbo que no le era “posible ejecutar”. Más claro no canta un gallo.

Sarabia da un paso al costado, luego de comprender que esa batalla jamás la iba a ganar. Es evidente que al mandatario el retiro de la firma privada del proceso de fabricación de los pasaportes se le convirtió en una obsesión enfermiza, propia de su carácter narcisista y dogmático. Su obstinación llega a tal punto que no escucha razones y exige que la Imprenta Nacional de Colombia asuma la exigente operación, pese a que la dimitente canciller le insistía –hasta hace pocas horas- en que la entidad oficial aún no está preparada. En suma, porque carece de capacidad técnica y humana para asumir la producción desde el 1 de septiembre, cuando vence la segunda extensión que le fue otorgada a Thomas Greg & Sons.

De hecho, a estas alturas no existe un contrato, acuerdo o convenio firmado entre Colombia y la Casa de la Moneda de Portugal para transferir la tecnología y el conocimiento a la Imprenta Nacional. Incluso, si eso ocurriera mañana mismo, la Cancillería le aseguró a la Procuraduría General que se necesitaban 35 semanas, mal contados 9 meses, tal vez más, para poder elaborar su primer pasaporte. Bajo esa condición, la posición de Sarabia de prorrogar una vez más el contrato con Thomas Greg, vía urgencia manifiesta, era razonable.

Conjurar el menor riesgo de que el país deje de producir el esencial documento debería ser la prioridad del Gobierno nacional. Pero la tozudez del presidente Petro para satisfacer su ego personal nos está metiendo en un callejón sin salida. Llegados a este punto, ya mucha gente sabe cómo lidiar con su deriva autoritaria o conflictos diarios con sus enemigos imaginarios, pero lo que menos necesitan es que les sumen más problemas a los que ya tienen, como una crisis de pasaportes que indujeron hace dos años y continúan sin resolver.

Es legítimo que el Ejecutivo proponga que la Imprenta Nacional produzca los pasaportes de los colombianos. Pues, actúe en consecuencia y genere las condiciones para que lo haga. Sin embargo, el tiempo pasa y el atasco persiste. Sea por incompetencia o impericia, no se avanza, en tanto sus erráticas e improvisadas decisiones nos sitúan en una farragosa zona de incertidumbre. La más reciente, delegar este espinoso tema en el flamante nuevo jefe de Despacho, Alfredo Saade, quien reconoció que solo cumple las órdenes del presidente.

Es cierto, y de sobra conocido, que el jefe de Estado prefiere estar rodeado de lealtades y no de intelectos críticos. Por eso, se aparta Sarabia, quien hábilmente lo acompañó desde la campaña. El parto con fórceps al que someterán la elaboración de pasaportes dejará a más de uno respondiendo ante los entes de control. Las normas están ahí para respetarlas siempre. Eso deberían tenerlo claro quienes tratan de saltarlas para justificar al autoritario.

Laura no se marcha con las manos vacías. Carga una caja de Pandora en la que guarda secretos inconfesables, verdades incómodas, escándalos de corrupción, procesos judiciales, fuertes intrigas por su ambición o poder y, claro, una insuperable hoja de vida para su edad.

Quienes estiman que su otrora mentor, el omnipotente Armando Benedetti, le ganó la partida pueden tener razón. Pero ninguna victoria que es, en sí misma, la derrota de la coherencia, la ética y la razón, tiene futuro. La salida de la funcionaria caída en desgracia, que en su despedida reclamó “unidad, humildad y decisiones valientes”, confirma la deriva o fractura de un gobierno sin rumbo ni alma, débil e inestable, y no solo en política exterior.

Sobre el particular, la nueva crisis diplomática con Estados Unidos, que llamó a consultas a su representante en Bogotá por las “declaraciones infundadas” del Gobierno sobre el supuesto golpe de Estado de Leyva, para expresar su malestar por el curso de la relación bilateral, lo certifica. En respuesta, Colombia hizo lo propio. La diplomacia es confianza, al igual que respeto para acercarse, entenderse y superar diferencias. Tensar la cuerda puede terminar por romperla. Ni la polarización ni el conflicto resuelven problemas. Valorar lo mucho que está en juego es clave ahora. También tener un canciller. Empecemos por eso, justo cuando las sanciones comienzan a producirse. Cabeza fría y cero diplomacia twittera.