Es sabido que el instrumento más usado para medir la ‘equidad’, el coeficiente de Gini, es totalmente inadecuado. Este coeficiente – que realmente es el de la envidia- fue inventado hace más de un siglo para un mundo totalmente distinto al actual, y arroja resultados como que en 2010 Bangladesh (con ingreso per cápita de US$1.693) registró la misma cifra que Países Bajos (con ingreso per cápita de US$42.183), a pesar de la gigantesca diferencia en el grado de satisfacción de necesidades básicas de los dos países. Claramente, hay que ir más allá del inútil e inexacto Gini. El fondo realmente es cuál es más importante: la pobreza relativa o la absoluta.

Los activistas de la pobreza relativa prefieren fijarse en proporciones aritméticas y no en la gente. No entienden la economía de mercado y creen que es un juego de suma cero, en el que para que algunas personas tengan más otras deben tener menos. Hasta algún candidato a la presidencia de los EEUU ha afirmado en su ignorancia que “los ricos se están volviendo más ricos y los pobres se están volviendo más pobres”.

Esa es una visión totalmente errónea de los hechos. Entre 1910 y 2003 el ingreso per cápita del mundo se cuadruplicó, y todos, no sólo los ricos, disfrutan hoy de mejores condiciones de vida. Adicionalmente, la reducción en el costo real de los bienes de consumo, fruto del desarrollo económico, ha incrementado el poder adquisitivo de los más pobres, y gracias al abaratamiento de la tecnología su calidad de vida ha mejorado. El aumento de la riqueza ha permitido, además, la democratización de la salud, y la expectativa de vida aumentó en los últimos 60 años de 53 a 73 años.

En los últimos 25 años, más de 1.000 millones de personas en el mundo salieron de la pobreza extrema, y al cierre de 2019 la tasa mundial de pobreza era la más baja en la historia. En 1981 el 42% de la población mundial vivía en extrema pobreza y 35 años más tarde, en 2015, dicha proporción había caído al 10%. En Colombia, pasamos de 23,8% de la población en situación de pobreza extrema en 2002 a 10,8% en 2018.

Evidentemente, los pobres no se están volviendo más pobres, pero la destrucción del tejido socioeconómico ocasionada por las medidas tomadas en todo el mundo por el pánico al COCOvid ha borrado los logros de los últimos diez o veinte años Esto hace la erradicación de la miseria la prioridad incuestionable de los gobiernos, para lo que es indispensable recuperar con la mayor celeridad la riqueza colectiva perdida.

Aquí, el Estado debe dejar de lado los cuentos sobre impuestos y medidas redistributivas y concentrarse en promover un fuerte y rápido desarrollo empresarial, pues son las empresas las que generan los empleos y la riqueza de la Nación. El apaciguamiento de la envidia no clasifica como necesidad básica del ser humano. Sí lo son la alimentación, la vivienda, la seguridad, la salud y la educación. Hoy, más que nunca, el Estado debe concentrarse en la lucha contra la pobreza absoluta.