El sábado pasado, Trump se levantó de la cama con más incertidumbres que certezas. Las noticias sobre un debilitado Joe Biden y un posible reemplazo por Michelle o Kamala en lugar de ser una ventaja para los Republicanos, acaparaban los titulares de tabloides y portales digitales, centrando la atención en los Demócratas.

Trump, un hombre siempre sediento de protagonismo, debió sentirse afectado por no estar en el centro de la opinión. Para empeorar las cosas, su agenda del día no era prometedora: reuniones rutinarias y, por la tarde, un mitin en una ciudad intermedia de Pensilvania que poco o nada debió motivarlo. Testigos dicen que llegó al recinto cabizbajo.

Después de saludar al público y mostrar su sonrisa entrenada, tomó el micrófono y comenzó su discurso. Solo llevaba unos minutos cuando se escucharon las detonaciones. Trump se quedó en silencio por medio segundo, se agarró la oreja derecha y se tiró al suelo. Inmediatamente fue rodeado por un escudo humano del servicio secreto, el recinto quedó en un inquietante silencio.

Lo que sucedió después marcó un antes y un después en la historia de las campañas políticas modernas en Estados Unidos. Decenas de francotiradores comenzaron a disparar, y no me refiero al solitario y perturbado Thomas Crooks, de quien aún no hay información sobre sus motivos, ni a los del servicio secreto vaciando sus cargadores en el cuerpo del atacante. Me refiero a los fotógrafos que persiguen un Pulitzer con cada disparo de sus cámaras.

Los micrófonos captaron a un Trump desorientado, preocupado por su zapato: “¡Déjenme coger mi zapato!”, exclamó. Luego, cuando su equipo de seguridad obligaba su salida, al ver que solo fue rasguñado por el proyectil y con la cara cubierta de sangre, su mente sagaz entendió la oportunidad histórica que se le presentaba. Rápidamente le dijo a su equipo: “¡Esperen, esperen!” y se levantó con su cabellera rubia intacta, entre el tumulto, con los labios apretados, su cara ensangrentada, alzó el puño derecho al cielo y gritó: “¡Luchen! ¡Luchen! ¡Luchen!”.

La multitud comenzó a vitorearlo, y los fotógrafos al pie de la tarima dispararon la imagen que se convertirá en la estampa política más difundida, recordada y venerada por la sociedad republicana moderna. Con esa fotografía, dificilmente habrá campaña de Biden, Obama o Kamala que la supere. Trump será olvidado como evasor de impuestos, filtrador de información, corrupto y adúltero, para ser postulado como héroe de la patria.

El sentido patriótico republicano, guerrero, belicista y balístico americano se ha alzado y consolidado. Trump fue disparado a la presidencia.