El béisbol colombiano (entendiendo por este lo que produjeran dos ciudades colombianas, en Cartagena y Barranquilla) era un béisbol de velocidad en las bases, de grandes receptores de buenos lanzadores, pero carente de gran poder al bate.
Dio, sí, jonroneros esporádicos. En Barranquilla vimos a Michael Maal, que varias veces, en el estadio Romelio Martínez, depositó la pelota en los patios del restaurante Chop Suey, atravesando la calle 72, pero Michael, de gran corpulencia, sufría de la vista y tenía averages de dos y pico.
El béisbol profesional trajo a varios jonroneros que le dieron emociones a granel a los públicos de Cartagena y Barranquilla.
En los viejos tiempos hubo un jonronero barranquillero llamado Pablo Arrieta, pero no más. El béisbol colombiano era de velocidad en las bases y fildeo para doble play en los cuadros.
Cartagena produjo a Pedro ‘Chita’ Miranda, terror de los lanzadores derechos, pero con los zurdos era casi un out de smoking.
El dólar que derrotó al béisbol criollo, pagando 6 pesos colombianos y cuando saltó a 8 pesos, dijo good bye al béisbol profesional.