En 1979, cuando en Irán caía el sah y Sony lanzaba al mercado su primer ‘walkman’, China sacaba a la luz una controversial política, la del hijo único, aprobada cuando el país asiático se acercaba a los mil millones de habitantes y su Gobierno temía que el exceso de natalidad pusiera en jaque la economía nacional. En 2016, debido al acelerado envejecimiento de la población y a un deprimido número de nacimientos, se permitió que las parejas tuvieran hasta dos hijos. Sin embargo, eso no fue suficiente. Hace unos días China anunció una decisión aún más trascendental: quienes lo deseen podrán tener hasta tres hijos. Pero, ¿qué tan sostenible es esa cantidad?
El exceso de población es tan perjudicial como su escasez. La ley que por más de 30 años limitó a las parejas chinas a tener un solo hijo propició la práctica obligada de abortos, procesos de esterilización forzosos, comercio indiscriminado de niños y un alarmante desequilibrio de género en la población, entre otros hechos meramente negativos. La política de natalidad aplicada a finales del siglo XX en el país más poblado del mundo coincide con lo planteado por Thomas Malthus en su ‘Ensayo sobre el principio de la población’, un postulado del siglo XVIII.
El economista y pastor protestante británico propuso que se pusiera límite a los medios de procreación; que no se autorizaran matrimonios si no había garantías de que los jóvenes dispusieran de lo suficiente para subsistir; que algunas mujeres fueran esterilizadas para evitar el nacimiento de nuevas criaturas… Todo ello, bajo la premisa de que si no se tomaban tales medidas, el mundo se quedaría chico para tanta gente.
El movimiento maltusiano, o el primer estudio demográfico en la historia que identificara las guerras, la escasez y las enfermedades como el principal determinante para el crecimiento poblacional, fue frenado por economistas y filósofos de la época que advirtieron que si era cierto que la población crecía de forma alarmante, también lo era que con ello crecía la producción. Hoy, el caso de China es un claro ejemplo de eso; pues al tratar de combatir el preocupante envejecimiento de sus habitantes, lo que el país busca, sin más ni más, es proteger su productividad.
Antes de la revolución agrícola, hace 12.000 años, la población mundial tenía una dimensión semejante a la de Bogotá en la actualidad, es decir, cerca de 8 millones de habitantes. Según el historiador Yuval Harari, desde la revolución industrial «la población humana del mundo ha crecido como nunca lo había hecho antes». En 1700, en el planeta había cerca de 700 millones de personas. En 1800, 950 millones. En 1900 casi duplicamos los 1.600 millones. Y en el 2000 cuadruplicamos ese número hasta alcanzar los 6.000 millones. En la actualidad este hogar llamado Tierra ha sobrepasado los 7.000 millones de habitantes.
¿Qué seguirá en los próximos milenios? Asusta un poco encontrar respuestas. Pensaré por ahora que, ante la economía capitalista, no hay mejor opción que el constante e indefinido crecimiento de la población.
@cataredacta