Escribo esta columna a un mes de la muerte de mi única tía materna. Alguna vez, los Ovallos Casadiego fueron nueve hermanos, hoy son seis, y la vida continúa. Cerrar este año con la pérdida de un ser amado no es un golpe bajo, sino uno que duele en el pecho, en el corazón. Sin embargo, la idea de nacer y de morir bajo un plan creado y orquestado por Dios, aunque discutible, resulta ser un consuelo para el alma. En 2022, un año en que millones murieron y tantos otros nacieron para sembrar la esperanza futura, pude reconocer que en la aceptación de la realidad está la plenitud, y que, como bien dijo Epicteto: «Lo que importa no es lo que te sucede, sino cómo reaccionas a ello».
Mi tía Luz Alba se fue y nos dejó, literalmente, sin luz. Una vez cumplidas sus nueve noches, se produjo en el corazón de la familia un cortocircuito: mi tío Ángel David sufrió un ataque cardíaco. Desde entonces, nuestro duelo se transformó en una amalgama de emociones: ansiedad, estrés, preocupación, frustración e incertidumbre… Y todo quedó suspendido sobre la delgada línea recta que separa esta vida de la otra que desconocemos. En medio del luto por nuestra Luz, agradecíamos la oportunidad de seguir teniendo a nuestro Ángel con nosotros. Una cirugía de corazón abierto fue nuestra esperanza y mayor aliento.
Su recuperación nos ha llenado de fuerza. Nos ha recordado que nada se detiene por completo, aun cuando la vida misma parezca extinguirse. Puede que este fin de año no sea el que quisimos, pero es el que tenemos. Y esa es una constante cotidiana a la que debemos acogernos, en la certeza de que no está en nuestras manos controlar todo lo que ocurre, sino asumir la realidad, sea cual sea, con una mente resiliente y un espíritu tranquilo. Como dijo Epicteto: «Si no tienes ganas de ser frustrado jamás en tus deseos, no desees sino aquello que depende de ti».
La existencia se acorta mientras deseamos que pase o que deje de pasar lo que está por fuera de nuestro alcance. No hay mayor sufrimiento que rechazar lo inevitable o pretender llegar a un destino cuyo camino no está siendo construido por nosotros mismos. Aunque este haya sido un año difícil para muchos o para todos, la vida sigue su curso, y la historia se sigue escribiendo. En un mundo de infinitos interrogantes, todos podemos ser sabios, recibiendo de la mejor forma las vicisitudes que la vida traiga consigo. Porque al final no solo importa llegar a ser lo que anhelamos, sino también lo que aceptamos.
La creencia o ilusión de que vinimos al mundo para ser felices, aunque bella, es la que tal vez hace que más suframos. En el período de doce meses que está por comenzar, no deseo que estemos libres de problemas, sino que tengamos la sabiduría y la fortaleza necesarias para tomar lo que ganemos y soltar lo que perdamos. Este último día de 2022, no deseo un 2023 más fácil, sino un nuevo año que nos permita crecer a través de la dificultad, y encontrar hasta en los más pequeños obstáculos la oportunidad de alcanzar las más grandes victorias.
@cataredacta