De un poco más de cincuentaiún millones de habitantes que tiene Colombia, medio millón de personas se identifica como LGBT (lesbianas, gais, bisexuales y transexuales). Hoy se cierra otro mes del Orgullo, pero aún no la brecha de grandes dimensiones que existe entre una sociedad enemiga de las diferencias y quienes hacen parte de una comunidad que lucha sin antifaces por la reivindicación de sus derechos en un mundo cerrado en que la hipocresía, el cinismo y el qué dirán priman ante todo.

Aunque parezca paisaje la discriminación de la que son víctimas las personas LGBTIQ+, tenemos que empezar a entender esa forma de segregación como un problema real que promueve el odio, la vulneración de los derechos humanos y la cancelación de la vida en múltiples sentidos. ¿Qué tipo de autoridad tenemos los llamados heterosexuales sobre las personas que a contracorriente marchan defendiendo su identidad de género incluso con su propia vida?

Históricamente, la especie humana ha tendido a vanagloriarse por ser, más que normal, perfecta. Pero resulta que no hay nada más imperfecto en este planeta poblado por más de ocho mil millones de homínidos evolucionados que nosotros, los humanos. Y enfrentarnos a esa imperfección nos duele, nos incomoda, nos indigna, nos trastoca. Porque vivimos con la tonta ilusión de que entre más perfectos somos, más superioridad alcanzamos o proyectamos.

Solo cuando es socialmente conveniente, la pluralidad figura como una virtud o como un exótico atributo. Pero cuando esa diversidad atenta contra las creencias sexistas de quienes mantienen y promueven actitudes hostiles contra las personas que con o sin miedo reconocen su identidad de género, ser “raro” es más que un pecado. Diferir del sexo biológico, o identificarse de un modo distinto al remarcado como natural o lícito, no puede seguir siendo tachado como una aberración.

Para los puristas es fácil señalar con su índice inquisidor a los LGBT+. Mientras en la otra esquina, más del 70 % de esas personas que están empleadas se esfuerzan por ocultar su orientación sexual en su entorno de trabajo para evitar ser objeto de burlas, comentarios denigrantes o agresiones verbales, e incluso, por temor a no recibir un ascenso o un aumento y, por el contrario, ser despedidos, como señala el Proyecto Europeo ADIM.

En Colombia, el 42,7 % de la población LGBTI está desempleada o se ocupa en trabajos informales, sin garantías de derechos y prestaciones sociales, según el DANE. Eso es algo que a todos debería importarnos, no solo a medio millón de personas LGBT.