A nadie le gustan los impuestos. Esa es una realidad que en Colombia o en cualquier otra parte del mundo representa un compromiso con el que, sea cual sea nuestro estrato socioeconómico, debemos cumplir todos. El primer día de este mes entraron en vigencia dos de los impuestos que integran la reforma tributaria, y que se constituyen en un llamado de atención para que seamos más conscientes de todo aquello que ingerimos: el impuesto de las bebidas azucaradas y el de alimentos ultraprocesados. La nueva medida, que busca desincentivar el consumo de azúcar, sodio y grasas no es para nada descabellada, aun cuando fuera uno de los puntos más debatidos de la reforma en cuestión. Lo malo del impuesto saludable no es que aumente gradualmente de aquí a 2025. Lo malo del impuesto saludable es que revela una lamentable tendencia global que suele aplicarse en todo: muy por encima de la salud o la vida, lo más importante es cuidar el bolsillo.

Que a través de un impuesto se promueva la salud pública, “atacando” la billetera de los consumidores, no es una novedad. Pero sí debería ser un motivo para reflexionar sobre la forma en que tomamos decisiones alimenticias y también de otros tipos. No se trata simplemente de ahorrarse unos pesos consumiendo alimentos que no estén gravados con tales impuestos; sino de entender que el costo de todos esos productos a los que se aplicara el gravamen puede llegar a ser verdaderamente alto para el organismo de quienes los consumen a larga, mediana o corta escala. Si para despertar conciencia al respecto necesitamos que el Gobierno fije más y más impuestos, podría decirse que solo cuando nos imponen una penalidad o un castigo, cual animal que es domado, somos capaces de actuar conforme a lo que se considere correcto.

Que la gente se preocupe más por pagar menos que por alimentarse mejor es una clara muestra del atraso en que estamos. Este no es un asunto de plata, sino de salud pública. Y es muy probable que el objetivo no se cumpla, y que, aun con precios más altos, se sigan consumiendo con la misma e incluso con mayor frecuencia dichos comestibles. Y, en sentido directamente proporcional a ello, será entonces mayor la aparición de enfermedades crónicas como la obesidad o la diabetes mellitus, la cual presentan tres de cada cien colombianos, según el Ministerio de Salud y Protección Social. Aunque un impuesto implique hablar de plata, este no es un asunto de dinero, sino, simple y llanamente, de salud.