Apenas 12 años tenía Drayke. Apenas la edad propicia para seguir viviendo y disfrutando del baloncesto, su más grande afición, y de su familia, su espacio feliz. «¿Qué puede hacer que un niño de 12 años pierda tanta esperanza en su corazón como para atarse su sudadera al cuello y quitarse la vida?», pregunta el padre de Drayke Hardman en una publicación suya en Instagram, ilustrada con imágenes profundamente dolorosas donde papá, mamá y hermanas abrazan el cuerpo inerte de quien sufrió maltrato físico y psicológico en el colegio al punto de encontrar tan compleja la vida como para desistir de ella.
La respuesta a su pregunta la da el mismo Andy Hardman: «Una palabra… ¡¡¡Bullying!!!». Según lo recoge el Diccionario de Oxford, el verbo inglés to bully significa ‘usar la fuerza o la influencia para intimidar a alguien, especialmente para obligarlo a hacer algo’. El caso de Drayke, como el de tantísimos otros niños del mundo, es una muestra de que la agresión verbal o física es horriblemente dañina, de que existe mucho odio en la mente y en el corazón de la sociedad, de que no hay por qué permitir que nuestros niños reciban maltrato de nadie, al tiempo que no podemos permitir que nuestros niños maltraten a otros.
Es cierto que ningún padre o madre asume su rol con un manual de instrucciones para vivir, ni mucho menos para educar. Pero también lo es que el aprendizaje es una constante para todo ser humano, independientemente de sus creencias, su nivel socioeconómico, su edad, su sexo, o cualquier otro tipo de denominación. Cada vez que un papá o una mamá le otorga la suficiente libertad a su hijo(a) para que sea él o ella a sus anchas -sin medir el sentido de sus actos, sin obrar con un propósito altruista, sino más bien egoísta-, le está entregando la potestad para lastimar a quienes transitan este camino tan bello como difícil que es la vida.
En palabras de Samie, la madre del niño que en sus ojos ‘azul bebé’ guardaba la ilusión de llegar a ser jugador de la NBA, «conocer a Drayke era amarlo», seguramente porque «su propósito aquí era enseñar bondad y demostrar amor». Lamentablemente, la historia de este niño demuestra una vez más que el ser amado en casa quizás no es suficiente para sentirse a gusto con la vida. Porque las palabras hirientes y el gesto cruel de quienes matonean pueden terminar siendo la daga que atraviese el corazón de los que buscan vivir para servir de soporte a otros, para ser luz y sosiego en la tormenta, o para expandir una sonrisa mientras brota una lágrima.
Con la etiqueta #DoItForDrayke, la familia de quien batalló en silencio contra el acoso escolar ha iniciado una campaña para combatir un flagelo que es posible detener, solo si tomamos plena consciencia de cuánto daño puede causar a sus víctimas. Todo comienza en casa. El ser bueno o malo parte de ese núcleo. No desviemos la mirada hacia otro lado, porque no hay mejor lugar que ese para enseñar bondad.
Y no lo hagamos solo por Drayke, hagámoslo por el bien de toda la humanidad.
@cataredacta