El Heraldo
Opinión

De castaño oscuro

Colombia debe tomar atenta nota y proceder en consecuencia, diversificando su economía y poniéndole el pie al acelerador a la transición energética.

Sin el carbón no habría sido posible la primera revolución industrial, consistente en el salto de la manufactura a la maquinización de los procesos productivos, gracias al invento de la máquina a vapor. El coque, un derivado del carbón metalúrgico, como elemento reductor, servía de materia prima en la fundición del acero, necesario para la fabricación de las máquinas y las locomotoras y el carbón térmico servía como combustible para avivar el fuego en las calderas para producir el vapor y así ponerlas en marcha. De esta manera fue como surgió y prosperó la industria del carbón, demandado por las fábricas, el transporte marítimo y los ferrocarriles.

Después del boom del carbón, que llegó a su clímax en las postrimerías del siglo XIX, se prolongó hasta el estallido de la primera guerra mundial, gatillado por el crecimiento sostenido de su demanda, es desplazado por el petróleo, luego de que este emergiera y lo desplazara, aupado por la invención del motor de combustión interna. El petróleo, al ser menos contaminante, más fácil de almacenar y transportar, le ganó la partida al carbón, el cual fue relegado a un segundo plano, hasta la crisis energética de 1973 causada por el embargo petrolero decretado como retaliación por parte de los países árabes productores de petróleo en contra de los países aliados de Israel, encabezados por EE. UU. Estos vieron la necesidad de diversificar su matriz energética para no depender solo del petróleo, en ese momento en manos de la OPEP, impulsando la producción y el consumo del carbón y el gas.

No es por casualidad que justo en la década de los 70 se da en Colombia el arribo de la petrolera Texas tras los enormes yacimientos de gas de La Guajira, e Intercor, filial de otra petrolera, la Exxon, emprende el primer desarrollo a escala industrial en Colombia de la extracción de carbón para la exportación en el Cerrejón, también en La Guajira. Este nuevo auge de la industria del carbón es el que yo he denominado su segunda juventud. En el primer caso Texas se asoció con Ecopetrol, en el segundo Intercor se asoció con Carbocol, cuya participación fue vendida posteriormente, en medio de la fiebre privatizadora, a precio de gallina flaca.

Ahora, una vez más, el carbón se está viendo desplazado como consecuencia del compromiso contraído por la comunidad internacional en 2015, a través del Acuerdo de París, en el seno de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, de descarbonizar la economía, migrando de las energías de origen fósil, que tanto contaminan el medioambiente, hacia las fuentes no convencionales de energías renovables y limpias. Ello situó al petróleo y al carbón en el lugar equivocado de la historia. Así de claro. Colombia debe tomar atenta nota de ello y proceder en consecuencia, diversificando su economía y poniéndole el pie al acelerador a la transición energética.

www.amylkaracosta.net

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