Cuando nuestra hija Andrea falleció hace alrededor de 25 años, nos dejó el dolor más grande que hemos tenido sus padres, sus hermanas, y en general su familia y demás personas, no solo las que la conocieron, sino también aquellas, que sin conocerla se solidarizan con los sufrimientos de los demás. Sufrir con las penas de otros, aun sin conocer la persona, no es extraño en este mundo, en donde los sentimientos se transmiten aun a grandes distancias. El dolor que todavía nos embarga, solamente se ha podido sublimar un poco, al cumplir con un designio subliminal que nos dejó Andrea, que cambió nuestros caminos. La situación, ante la cercanía con la muerte temprana y rápida de una niña en sus mejores momentos, nos puso al descubierto que no somos dueños de los designios de la vida, y que, aún con todos los adelantos científicos y recursos, de la muerte no nos podemos escapar, por eso deberíamos, vivir para compartir lo que se nos ha dado. Con un tiempo indeterminado para la vida, pero una infinidad para la muerte, nos deberíamos preocupar todos de vivir bien, y hacer que los demás también puedan hacerlo. Cuando empezamos a ver que nos sobran cosas, deberíamos compartirlas con los demás. Si la riqueza y bienes, fuera puesta en gran parte al servicio de aquellos que no tienen nada, de los que han perdido todo y, necesitan de nuestro apoyo, estaríamos hablando de grandes fortunas y riquezas que, sin ser entregadas en su totalidad, solo con un mínimo, podríamos ayudarle a solucionar, al menos los más grandes problemas, a esa gran población que se debate en medio de la pobreza, el hambre, y el abandono de la misma raza humana. Olvidados en algunos casos por los gobiernos, grandes empresas, instituciones, estamentos, universales, nacionales y particulares, impávidas se pasean por el mundo sin ayudar a nadie, derrochando lo que a los demás les hace falta, dinero, vivienda, alimentos, agua, salud y, hasta el oxígeno que respiramos.

Andrea, nos hizo ver el mundo diferente a través de ese milagro traído con su muerte, si no te pudimos salvar, salvaremos otros, con una sencilla decisión, millones de niños nos necesitan, y en Colombia en vez de ayudarlos los están maltratando y hasta asesinando, por no darles las mínimas condiciones de vida, alimentación, vivienda, educación y diversión. En el mundo más de 140 millones de niños huérfanos, 6 millones de niños de menos de cinco años, mueren cada año como consecuencia del hambre, uno de cada ocho niños y niñas de entre 6 y 15 años no asiste a la escuela, 200 millones de niños menores de 5 años no reciben la atención médica básica que necesitan y, casi 10 millones de niños mueren al año por enfermedades tratables como la diarrea o la neumonía (Naciones Unidas). En relación con el Cáncer, detallamos que de cada niño con cáncer en el mundo solo un 40 % han sido bien atendidos, de ahí que su mortalidad agravada por sus condiciones sociales se aumente en un 40-60%, en los países con bajos recursos.

El milagro mayor, sería pedir curarlos a todos, pero ante la incurabilidad de algunos cánceres desde el punto de vista científico actual, es prioritario lograr el acceso de la población más valiosa de la humanidad, al grado más alto de su calidad, oportunidad, afecto y acompañamiento. Con el mejoramiento de estas variantes lograremos mejorar grandemente los resultados, y podríamos al menos cumplir en los próximos 5 años la meta de disminuir en un 40% la mortalidad por cáncer tanto en Colombia como en el resto del mundo.

El milagro se podría completar, al lograr hacer el cambio en aquellas personas, que, teniendo la dirigencia, el poder o los recursos, piensen en el resto del mundo que nos rodea lleno de necesidades insatisfechas para muchas personas. Acordémonos que apoyar a los niños, y aportar cualquier ayuda, es favorable para nosotros mismos, al hacernos felices con nuestro comportamiento.

Este año, en el 10º Aniversario de la Fundación Casa Hogar Andrea, damos gracias a todos aquellos, nuestros colaboradores, que han apoyado a esos niños con cáncer, que tanto nos necesitan.