En los días de su fundación, cercanos a un año, de celebrar sus 500 años, la ciudad más antigua de Colombia, la madre de todas las demás, vimos un espectáculo que, en principio mostraba el coraje, la actitud y las ganas, de salir delante de mucha gente entusiasmada por las calles, los bailarines de las comparsas, sus dirigentes y el pueblo en general, en medio de un tremendo aguacero, rayos y centellas que caían sobre la ciudad. Celebraban con gran regocijo y fe cristiana, rememoraban la llegada de su patrona, de quien la ciudad, recibió su nombre. El espectáculo, lleno de colorido, trataba de hacernos olvidar que, a pesar de los años, Santa Marta, está viva, con sus olas y color azul, reclamando todo el tiempo, al menos una mirada, de un gran número de visitantes y pobladores.

Este mismo mar, por donde llegaron los fundadores españoles, que conquistaron, arrasaron y, al final colonizaron nuevas tierras para el reino español, ha sido el testigo del tiempo, en el que Santa Marta ha sufrido las destructoras acciones de gobernantes, políticos y hasta de sus propios hijos que, sin restricciones han querido acabar con la vida de una ciudad, que recibimos con las mayores riquezas del mundo, montañas ríos y mares, en medio de una naturaleza dotada de las mejores selecciones, de climas, fauna. Con tierras fértiles, para cualquier tipo de cultivo. Aguas dulces, de los páramos de la Sierra Nevada, y saladas del abundante mar que la rodea. En medio de los picos de la Sierra y la vigilancia del Morro, con grandes tierras para la agricultura y la ganadería, mantiene hoy a Santa Marta, como primera ciudad fundada en Colombia. La historia que nunca desaparecerá, a pesar de no solo ser saqueada en repetidas ocasiones por sus fundadores, ha seguido en las manos de políticos que, sin ningún arrepentimiento, la han querido destruir. Con el aprovechamiento desbocado y el olvido, la ciudad permanece, sin una estructura para eliminación de aguas negras y, una oferta de agua potable que no se acerca a las mínimas necesidades. Si a esto, le agregamos el pobre crecimiento empresarial, el desempleo, el aumento de la criminalidad, el retraso cultural, el bajo nivel de la educación, y el hambre, como decía Escalona en su canción en el Liceo Celedón, “Es lo que me mortifica, cuando me veo tan hambreado”.

La ciudad más bella, la Perla del Caribe, está siendo dirigida hacia un destino cruel, acabando sus riquezas, desperdiciadas, en medio del jolgorio y el falso folclor, que la aleja de compararse con otras ciudades, que han despertado y se quieren colocar al frente del desarrollo tecnológico. Divertirse con aguas contaminadas no es sano, deberíamos darle el mejor regalo a esta ciudad tan hermosa en donde crecí, rodeado de personas sanas, emprendedoras, y honestas. La oportunidad nos la dieron y hay que aprovecharla. Es el momento de lograr una participación de todos, sin diferencias de partidos políticos, pero, guiados por sus dirigentes y líderes, con un plan de desarrollo, que nos permita devolverle a Santa Marta, lo que nos dio.

Me uno a la campaña promovida por el ilustre Cardiólogo samario, Eduardo Barreneche Baute, cada samario debe tener un pedacito de El Morro al nacer, en su ciudad, cuidarlo y beneficiarnos todos, los que tenemos Patria, que empieza por donde nacemos, vivimos y moriremos. ¡Todos unidos por Santa Marta!