Dentro de pocos días Colombia ha convocado la expresión voluntaria de su ciudadanía para ejercer la opinión libre frente a los escogidos para que nos gobiernen y las formas que la democracia señala como sistemas adecuados. Es un paso trascendental. Es una actitud que responde a los principios de derechos ciudadanos consagrados en nuestro máximo escalafón que es la Constitución Política. Se puede afirmar sin temor a equívocos que es el procedimiento indicado para que se escoja un destino, una hoja de ruta, una brújula que señale el camino hacia un presente que se ejecuta y un futuro que se pretende.

Nadie quiere un presente o unos años venideros llenos de dolor, de tristeza, de atraso, de ignominia. Tampoco de odios, mucho menos de violencia. El ser humano es estructuralmente pacífico porque busca sobrevivir al menos con alta dosis de tranquilidad.

Los augurios para un cambio en costumbres o una búsqueda de lo mismo a través de procesos criminales son el camino más fácil para los suicidios colectivos. Jean Touchard lo afirma en su universal tratado de ideas políticas: “Nunca podrá buscarse ni construirse la paz y el progreso a través de los sentimientos mezquinos porque el egoísmo y la violencia solo trae destrucción y estancamiento”

Colombia nos invita al voto, al sufragio y debemos asistir. Votemos por lo que nos indique nuestras simpatías y muestra conciencia pero Votemos. No podremos después opinar o pasaremos de farsantes si no ejercemos el legítimo derecho a solicitarlo. Es una responsabilidad ciudadana que garantice la identidad de cada ciudadano. Y después de conocidos los resultados aceptemos con tranquilidad lo que nos dijeron las urnas. No nos ponemos en el plan de héroes y heroínas a intentar reivindicar con los pies lo que nos dijeron los comicios. No es civilizado, es o sería, una muestra más de castración política muy pegada o adherida al comienzo de las catástrofes.

Venimos de un largo camino de cicatrices no olvidadas y aun se siguen abriendo heridas por muchas razones entre las cuales sobresale la peor: El odio político convertido en ceguera. Solo admitimos lo que el egoísmo propio señala, sólo aceptamos lo que nuestro ego inflado dicta. Así no llegaremos a ninguna parte. Seamos civilizados y si perdemos pues perdemos y aceptemos conformes que vendrán nuevas oportunidades y si ganamos seamos humildes y cerremos filas para una integración completa de esfuerzos y programas. No busquemos más sangre por Amor de Dios, no sembremos más discordia, no cultivemos más resentimientos. Hay campo para todos, espacios para ser oídos. Respetemos al adversario, cuando disentimos de él no debe ser por odio sino porque tenemos otra forma de ver e interpretar los fenómenos del transcurrir comunitario y social.

Estamos cansados de acumular cadáveres, secuestros, atracos, extorsiones. Cada día Colombia se despierta con más de diez muertos fruto de la impunidad, de la corrupción, de la intolerancia, de esos odios irracionales, de la inequidad, de las injusticias, de la miseria y el hambre, de desocupados y desamparados. ¿No será posible cambiar ese destino, esa impronta del crimen y la guerra? ¿Será un romanticismo infantil pensar que podemos juntos, los 50 millones de ciudadanos empezar a edificar una nueva Colombia? ¿Será que al escribir estas líneas nos fotografiamos como unos perfectos ilusos?