
El emperador sin traje
Nos ha faltado acompañar el debate con propuestas, como también nos ha faltado acompañar las propuestas con acciones.
A veces ocurre que una expresión popular de génesis incierta pasa por tantos usos que termina por convertirse en una irreconocible anécdota con pinta de chiste. En ese transcurrir, nos turnamos entre “ciudad florecida”, “imparable” o “mejor vividero” para citar eslóganes de administración distrital por decreto, jingles de comerciales, excusas para la irresponsabilidad, muletillas para la falta de criterio y, como no, pretexto para intentar escribir una columna de opinión. Y en el medio, un esfuerzo de ciudad lucha por quitarse la careta para afrontar sus cicatrices y limpiarse las heridas abiertas delante del espejo.
Adormecidos por una ilusión de progreso cuantificado en encuestas incestuosas, la indignación pasajera le llega a la corte de áulicos por las preguntas y señalamientos que importantes periodistas formulan desde medios nacionales sobre el intocable, palabras textuales, Mesías del feudo. A esa indignación se le suma el silencio del mencionado, no poco extraño si nos atenemos a la locuacidad con que en un pasado reciente se le reseñaba en medios y redes. Como antes, y seguramente como después, indignación producen las preguntas y el silencio es la respuesta a la espera de que algo más acapare la atención y desvíe los reflectores. En el entretanto, vuelven y se escuchan las mismas frases vacías de “acuérdense como era antes”, “podrá ser lo que sea, pero hizo”, “si no te gusta múdate”; y otras tantas más del repertorio de manual que todos, todos, nos sabemos de memoria desde hace décadas.
Porque en ese adormecimiento de décadas, nos acostumbramos a aplaudir el texto sin reparar siquiera en el contexto. Al son de esos citados eslóganes dejamos anquilosar una dirigencia vana y conceptos vacuos de progreso y desarrollo. Nos encerramos en una burbuja de colores diversos que baila graciosa al compás de tonadas autocomplacientes sin que nadie se atreva a punzarla. Pareciera que hemos escogido vivir en una ilusión de felicidad de la que a veces, solo a veces, escapamos por un rato.
Nos ha faltado acompañar el debate con propuestas, como también nos ha faltado acompañar las propuestas con acciones. En la medida en que creamos que es alguien más el encargado de pensar y hacer por nosotros lo que como ciudadanos nos toca pensar y hacer, vamos a seguir viviendo lo mismo y escandalizándonos cada tanto, pero hasta allí. Nos acostumbramos a la misma fiesta, a la misma música y a la misma careta. Nos da miedo el espejo. Nos da miedo sabernos frágiles. Detrás de las frases de cajón se excusa una inexcusable apatía.
En “El traje nuevo del emperador”, Hans Christian Andersen nos invitaba a pensar que no necesariamente era cierto lo que todos pensaban que lo era. Ojalá algún día se pueda hablar sin miedo ni pena de la desnudez del Emperador, y con la misma intención exigirle respuestas.
Pd: Esta columna se escribió en este mismo espacio con casi las mismas palabras en junio de 2013. Debajo de la pintura se esconden las mismas grietas.
asf1904@yahoo.com
@alfredosabbagh
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