Estamos a horas de que iniciar la navidad de los futboleros. Este vigésimo segundo Mundial reunirá 32 selecciones y millones de aficionados alrededor de merecer ser custodios por 4 años de la réplica bañada en oro de una estatuilla que representa a dos figuras sosteniendo el mundo. En el camino se quedaron muchas ilusiones, incluida la colombiana. Será el último baile de leyendas por mérito propio como Messi y Cristiano, la oportunidad de ver si Francia reconfirma con un equipo maduro lo que logró hace 4 años, notar el progreso de los “jugones” de España, saber si Alemania retorna a donde nos acostumbró a verlo, si esta generación de Bélgica logra lo que parece tener cerca; y todo esto si a Brasil le da la gana de permitirlo. Ese equipo de Tite con sus 8 delanteros llega como enorme favorito, nada que hacer.

Lamentablemente, está sana emoción se ha visto opacada por todo lo que rodeó y rodea la designación de Qatar como sede. Como bien se ha documentado, la escogencia de este pequeño Estado, enormemente rico en petróleo y gas, dominado por una monarquía absoluta familiar, homófobo, con serios cuestionamientos en derechos humanos y un sistema legal que avala procesos similares a la esclavitud en lo que respecta a la relación entre obreros y patronos; estuvo marcada por el supuesto pago de millonarios sobornos a los integrantes del Comité Ejecutivo de la FIFA, varios de ellos vinculados al famoso “FIFAGATE” que condujeron en su momento el FBI y el IRS norteamericanos. Recordemos que, entre otros, el colombiano Luis Bedoya, expresidente de la Fedefútbol, se entregó a la justicia y negoció su condena. Plata hubo, y bastante, por encima y por debajo de la mesa. Antes de eso, los anuncios iniciales del entonces presidente de la FIFA Joseph Blatter sobre revisar la sede del mundial se esfumaron luego de negociar un “hagámonos pasito” directamente con emisarios de la familia real qatarí. Toda una trama mafiosa que haría temblar al mismo Mario Puzo.

A todo lo anterior se debe sumar que, por primera vez en su historia, el Mundial cambió de fechas para adaptarse a las condiciones climáticas del país sede, donde resulta imposible pensar en actividad física desgastante en un verano de temperaturas insoportables. Prefirió la FIFA obligar a sus federaciones a mover campeonatos continentales y torneos locales con el consabido trauma que trae en la planificación de los trabajos de los distintos equipos y seleccionados, junto al absurdo de ver ligas locales disputando partidos a una semana del Mundial. Eso, que creíamos era patrimonio colombiano, se nos volvió pena internacional.

Faltó espacio para hablar de los miles de obreros que perdieron la vida en la construcción acelerada de estadios que luego del Mundial servirán para poco y nada. La fiesta está manchada, y la pelota también. Ojalá los futbolistas la logren limpiar lo suficiente como para disfrutarla, pero no tanto como para olvidar lo que la acompañó. Les va a quedar difícil.

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@alfredosabbagh