Con el aumento en el número de vacunados, y a la espera que los anunciados picos de la covid sean controlables, paulatinamente se liberalizan algunas restricciones que permiten suponer que el “volver a la normalidad” está más cerca. Entre comillas va, porque eso que alguna vez se llamó “normal” siempre tuvo sus bemoles, y los ajustes sociales que la pandemia trajo consigo dejaron en evidencia las costuras de algunos procesos. Tal vez en algunos años cuando el paso del tiempo permita ver con mejor perspectiva esta época hablemos de una “post-neo-normalidad”, por tan solo citar una palabreja con inevitable tufillo intelectualoide. Ya veremos.
Dentro de las medidas del citado “volver” se anuncia que la educación retomará la presencialidad con obvio seguimiento de las medidas de bioseguridad ligadas particularmente al aforo de salones, baterías sanitarias, condiciones de ventilación y afines. Para los que estamos dedicados a la docencia de tiempo completo y un poco más es una buena noticia el que podamos ir dejando el “performance” ante una pantalla acompañados casi siempre por avatares y/o un silencio sepulcral cuando preguntamos si nos hicimos entender; porque, y seamos sinceros, la educación en ambientes de acceso remoto implica una actitud, disciplina, interés y constancia que no siempre se adquiere o se desarrolla. Además, y como se ha dicho tantas veces, del proceso de enseñanza y aprendizaje hace parte fundamental la interacción con compañeros y profesores en los espacios propios de colegios o universidades, con todo lo que ello implica. Sin duda alguna, todos guardamos variopintos recuerdos de nuestra vida como estudiantes que nos ayudaron a construirnos como personas más que el dato o la definición que leímos en el salón. Eso no pasa, o no tanto, en una reunión por Zoom, Meet o cualquier otro programa similar.
El volver también implica, como lo anota la colega Kelly Pozo, el combatir la “tiranía de la pasividad”: Si ya como sociedad nos costaba trabajo asumir responsabilidades tanto personales como ciudadanas, en la pandemia y las desiguales condiciones de acceso a lo digital algunos encontraron una excusa perfecta para dejarse llevar por aguas mediocremente tranquilas. El buscar respuestas, proponer argumentos, reformularse preguntas y cumplir con las citadas responsabilidades propias y colectivas se percibe mermado ante el marasmo que puede producir un internet lento o con restricciones. Por supuesto que influye, pero tampoco puede ser una perenne excusa. La velocidad de nuestros pensamientos y acciones no debe amarrarse a un plan de datos. pandemia
Indudable es que nos confrontamos y seguimos confrontándonos, y que aprendimos a la brava que muchos procesos que considerábamos intocables o premisas que asumíamos infalibles en realidad no lo son tanto; pero también es cierto que no podemos ni debemos obviar lo bueno de las experiencias acumuladas. A lo mejor “post-neo-normalidad” no es ni tan palabreja… Ya veremos.
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@alfredosabbagh