La experiencia espiritual se realiza en medio de la tensión de saberse pequeño en la inmensidad del universo y la existencia misma, pero a la vez, de reconocerse valioso y capaz de lograr los objetivos aparentemente más difíciles. Vivir en esa doble conciencia, es fundamental para no perder los estribos y descontrolarse en la megalomanía o en el complejo de inferioridad.
Revisar constantemente nuestros límites, asumir los errores que hemos cometido, entender nuestras necesidades y experimentar con gratitud la generosidad por la que se reciben tantos dones, nos hace vivir con los pies en la tierra y nos evita creer que lo somos todo y lo podemos todo. No tenemos más dignidad que nadie, por lo cual no podemos despreciar a nadie. En momentos en los que las tendencias humanas se concentran en buscar absolutizarnos y hacerle creer a los demás que sin nosotros el mundo se detiene, vale la pena asumir con humildad lo que somos, sabiendo que el universo no nos debe nada y que no podemos vivir desde la amargura de creer que merecíamos más y el azar nos impidió tenerlo.
Esto no implica olvidarnos de todas las cualidades que poseemos, ni hundirnos en una mirada fatalista de nosotros mismos que nos lleve a la tristeza y a la pérdida de ánimo y de fuerza para seguir adelante. Al contrario, hay que celebrar lo que somos y tenemos, disfrutar las capacidades que nos llevan creativamente a encontrar soluciones y proyectos. Centrarnos en lo que sabemos hacer, desplegándolo en función de las personas con las que compartimos. Sonreír, bailar, cantar y gozarnos la vida con la certeza de que cada día trae bendiciones y gratas experiencias. Somos únicos e irrepetibles, lo que nos hace proponerle al mundo algo que nadie más puede, y eso tiene que ser fuente de alegría, de maravillarnos de nosotros y construir la existencia con todas las posibilidades.
Los que viven en esa tensión de saber que son valiosos, pero no son “la última gota de agua del desierto”, viven libres de envidias, celos y obsesiones con los otros. A veces me encuentro con gente que su tragedia interior la expresa en una persecución obsesiva contra alguien que, sin ser perfecto, ha podido alcanzar algunos objetivos, y tengo la certeza de que es la envidia camuflada en cualquier motivo. Algunos se sienten inferiores y lo compensan criticando y atacando al que ha logrado algo, creyendo que así lo podrán bajar a su nivel. La crítica es maravillosa cuando es objetiva y no está impulsada por el odio ni es obsesiva.
Quien sabe todo lo que vale, no tiene que enrostrarle descontroladamente a los demás, ni mostrarlo en los lujos que puede comprar, ni haciendo de las calles vitrinas en las que modela para compensar sus vacíos. Quien sabe lo que tiene, comprende la importancia de vivir sin envidia y ayuda a que los otros puedan ser mejores, ya que entiende que eso no lo limita en su crecimiento personal. Quien sabe lo que tiene, reconoce las virtudes, los triunfos, las capacidades de los otros sin miedo, porque entiende que pueden ser inspiración para seguir adelante.
Amarnos con intensidad, sabiendo que no somos el centro del universo, y que el día que nos vayamos de este mundo, él seguirá girando y funcionando como si nosotros nunca hubiéramos existido; es muy probable que hasta nos olviden los que nos amaron.