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Ser feliz

Más que de contención, me gusta hablar de “dominio de sí” sabiendo que el control de la vida debe estar en nosotros y no en los estímulos que se generen fuera de nosotros. Y claro, teniendo esa posibilidad de trascender, de ir más allá de lo material, lo inmediato, lo útil económicamente, para reconocer la gratuidad en la vida, disfrutar la belleza y buscar en la bondad y la verdad las manifestaciones del absoluto. 

Tiago, mi sobrino de 8 años, es una máquina de preguntas. Ninguna respuesta lo satisface. Normalmente las escucha con atención, piensa un rato y vuelve a preguntar. Disfruto dialogar con él, así que también aprovecho para preguntarle y gozo con sus respuestas llenas de lógica, de creatividad, pero sobre todo de ilusión. Algunos de sus cuestionamientos son muy serios, como el que me hizo ayer: “Tío, ¿qué hago para ser feliz?”. Mi primera respuesta fue que él ya lo era, que yo lo veía como un niño feliz. Me dijo que sí, pero que ha escuchado que ser feliz es más que lo que él vive. 

Terminé de conversar con él y dos inquietudes me saltaron: la primera ¿cómo proponerle caminos sencillos para vivir la felicidad?, y la segunda ¿cómo evitar que esa búsqueda de fórmulas de felicidad pueda terminar causándole estrés y todo lo contrario a lo que quiere? Frente a estas inquietudes, volví a leer Ética de Nicómaco y a revisar ese concepto de “eudaimonía”, entendido como esa "actividad virtuosa según la razón", para pensar en qué virtudes se requieren para vivir en la felicidad. Creo que no pueden faltar por lo menos las 6 que plantea C. Peterson y N. Park: sabiduría, coraje, humanidad, justicia, contención y trascendencia. Ahora pregunto ¿Cómo entendemos y vivimos estas virtudes en nuestros proyectos personales? 

Particularmente entiendo la sabiduría como saber vivir, como esa capacidad creativa que nos permite adaptarnos a las situaciones que experimentamos y saborearlas con profundidad e ilusión. El coraje como un llevar el corazón por delante y dejar que él nos impulse para no dejarnos arrinconar por los retos, las amenazas y las dificultades propias de la aventura de vivir. No somos extraterrestres, por eso tenemos que generar las actitudes que nos permitan ser empáticos, equitativos y compasivos con todos aquellos con los que coexistimos. Ser justos implica generar conscientemente condiciones en las que todos puedan vivir dignamente y no permitir ninguna actitud que menosprecie a nadie, en ninguna de sus dimensiones. Más que de contención, me gusta hablar de “dominio de sí” sabiendo que el control de la vida debe estar en nosotros y no en los estímulos que se generen fuera de nosotros. Y claro, teniendo esa posibilidad de trascender, de ir más allá de lo material, lo inmediato, lo útil económicamente, para reconocer la gratuidad en la vida, disfrutar la belleza y buscar en la bondad y la verdad las manifestaciones del absoluto. 

De nuevo, es bueno preguntarnos ¿Cómo andan esas virtudes en nuestra vida diaria? Creo que vale la pena comprender que en la medida que ellas se fortalezcan, más bienestar personal podremos vivir. No hay que pretender que la felicidad sea una consecuencia de conquistas materiales, de posesiones económicas o de experiencias externas impuestas; toca buscarla en una relación profunda con nosotros mismos, en una vida plena que nos permita sabernos personas con sentido en cada una de las luchas que tenemos. 

Pero pensando en Tiago, estoy convencido que la primera posibilidad de formarlo en estas virtudes, es que conviva con personas que las practiquen en sus relaciones cotidianas, y claro, ser capaz de generar procesos pedagógicos que le permitan desarrollarlas y no solo entenderlas conceptualmente. Creo que se es feliz generando felicidad. Hay que propiciar más y mejores emociones positivas en la vida diaria para ser más feliz, y creo que ellas solo se generan a partir de una vida virtuosa.

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