Lo persiguen para matarlo. Corre por el desierto buscando refugio. Jadea como a quien se le acaban las fuerzas y está próximo a desmayarse. De pronto, se encuentra con la tienda del Sheij, quien está en la entrada, y al verlo, lo invita a pasar, le brinda perfume para su cabeza, lo sienta en su mesa y le da protección. Sus enemigos quedan afuera sin poder entrar ni hacer nada; lo ven decepcionados en la mesa del jefe. Esta parece ser la experiencia que está detrás de una de las imágenes usadas en el salmo 23. Normalmente nos centramos en la del Pastor y no tenemos presente esta, la del Anfitrión: “Me has preparado un banquete ante los ojos de mis enemigos; has vertido perfume en mi cabeza, y has llenado mi copa a rebosar. Tu bondad y tu amor me acompañan a lo largo de mis días, y en tu casa, oh Señor, por siempre viviré” (Salmo 23, 5-6).

La imagen, tributaria de su contexto físico y cultural, expresa a Dios como refugio en medio de todas las situaciones de la vida. Los humanos nos experimentamos vulnerables y frágiles, lo cual nos puede hacer vivir paralizados por el miedo y el cansancio ocasionado por todo el esfuerzo que hacemos a diario por superar las adversidades. La experiencia espiritual quiere ser fuente de serenidad y paz frente a esas situaciones.

Presentar a Dios como refugio, es una manera de hacernos conscientes de que detenernos un momento, interiorizar, silenciar el corazón, conectarnos con nuestra esencia y allí trascender al encuentro con lo sublime, detona en nosotros esa experiencia de armonía, confianza y esperanza que nos permite asumir cada situación de desafío y riesgo, como una oportunidad para crecer y avanzar en la realización de nuestros sueños y objetivos.

Ninguna experiencia espiritual que nos lleve a destruir nuestro “yo”, que nos impida explorar y conocer la vida, que nos haga creer que somos superiores a los demás y nos empuje a acciones discriminatorias, que nos aísle y nos desconecte de los otros seres del universo, puede ser sana y merece ser cuestionada. Estar en la presencia de Dios, expresada en el salmo con la entrada en su tienda, es sentirnos seguros y confiados de que nuestra vida no va camino al absurdo si nos alineamos con sus valores. Recibir el perfume en la cabeza es recordarnos que Él está atento a nuestras necesidades más pequeñas y simples, su amor cubre todo nuestro ser. Sentarnos a su mesa es hacer comunión con Él, es sabernos amados, reconocidos e invitados a vivir de una manera muy particular.

Todos requerimos experiencias espirituales para sosegar nuestro espíritu y sentir que somos capaces de salir adelante de todas las trifulcas que se generan en la cotidianidad con nuestras decisiones, acciones y omisiones. Encontremos esas prácticas que nos hacen vivenciar ese refugio tan necesario para seguir siendo personas productivas y exitosas, pero sobre todo, felices. Sin esa experiencia de saberse acogido, amado y lleno de posibilidades, la vida con sus desafíos, nos hace sufrir demasiado. A mí los salmos, las canciones de Jon Carlo, todos los versos que me llegan, las canciones de amor y la celebración de los sacramentos, me permiten tener conciencia del refugio que es Dios para mí. Me siento en su mesa a disfrutar la existencia desde su amor infinito. Al fin y al cabo la vida se hizo para gozarla.