La actitud espiritual por excelencia es agradecer. El ser humano que agradece es capaz de entender la vida, no desde la parcialidad de cada acto, sino desde el proceso completo, es decir, es capaz de ver la existencia en su completitud. Esto solo es posible desde esa posibilidad que tenemos los humanos de trascender. En esa dimensión supra, podemos captar el proyecto vital que somos y hacemos. Agradecer permite descubrir que la vida se realiza desde la generosidad de aquellos que están a nuestro lado amándonos o simplemente comparten algunos espacios físicos y existenciales con nosotros.

Cuando nos entendemos desde la generosidad, somos capaces de comprender que nuestras capacidades, dones, talentos y grandes posibilidades, no nos hacen merecedores absolutamente, sino personas que pueden trabajar duro, disciplinadamente, haciendo méritos y reclamándolos, pero siempre con la certeza de vivir desde la gratitud. Quien no aprende a descubrir la generosidad de los otros, sino que todo lo mira desde el pedestal al que su ego lo ha montado, terminará amargado y destruyendo lo que cree que los otros no merecen, porque se sentirá el único dueño y merecedor de todo.

Somos beneficiados por la generosidad de los demás, esa es una realidad, y queda demostrado cuando nos damos cuenta de que existimos, no por mérito propio, sino por la decisión -espero que siempre amorosa- de otros. La sana experiencia espiritual es aquella que nos hace descubrir la generosidad y nos hace ser activos en ella. Un ser humano “espiritual” que es tacaño con la vida, no ha descubierto que su existencia se hace con otros y que atesorar y codiciar solo nos permite crecer económicamente y esa es ya una gran tara.

Agradecer implica enfocarse en todas las manifestaciones beneficiosas, amorosas, constructivas que son las que jalonan el sentido de la existencia. Cuando solo tenemos tiempo para las pocas desgracias y dificultades que hay en la vida, seremos infelices, no podremos aportar todo lo que tenemos en el corazón. El que solo tiene presente los límites que posee, y las situaciones adversas de la vida, no podrá celebrarla en los detalles que, por muy pequeños que sean, son los que nos develan el éxtasis de vivir y nos hacen saltar a la plenitud.

Agradecer nos hace capaces de entender que siempre hay un después que puede develar mejores posibilidades de las que hemos podido pensar o entender. El momento espiritual de viajar hacia el interior, nos lleva a agradecer por la esperanza que nos hace creer que podremos ser más felices. Por eso creo que la espiritualidad es necesaria para quienes quieran vivir felices. Es una experiencia que exige el entrenamiento de la vida. Tres ejercicios podrían ayudar en ese entrenamiento:

Contemplar, es decir, poner todas nuestras habilidades cognitivas y emocionales en función de momentos concretos de la existencia; no dejar que la rapidez con la que suceden las cosas nos haga mirar sin observar, ni oír sin escuchar.

Soltar lo que ya cumplió su función en nuestra vida, lo que no aporta; lo que ha decidido dejarnos tenemos que soltarlo, quedarnos con ello nos hace perder la esperanza en el mañana y suponer que siempre vamos a necesitar eso que ya no quiere estar en nuestro mundo.

Reír; solo el que sabe disfrutar la vida en una buena carcajada, es espiritual. La amargura disfrazada de solemnidad es una demostración del miedo a la sorpresa que siempre tiene la vida.