Junior había perdido 3-0 en Bogotá el primer partido de esa final; el único modo de ser campeones era remontar, en casa, ese abultado marcador. Un día antes de la cita definitiva con Millonarios uno de sus hinchas furibundos, Ernesto McCausland, me pidió una charla de motivación para el equipo rojiblanco. Dudé en aceptar la invitación, me asistía el temor de la creencia que las palabras eran mágicas e iban a asegurar el triunfo, porque si de algo estoy seguro es que lo único que garantiza la victoria es el esfuerzo inteligente y sostenido. Al final acepté, no podía negarme a un amigo y menos a una ciudad que está tan dentro de mi corazón. En el encuentro con el equipo, me concentré en la diferencia entre aptitud y actitud. Les recordaba que la capacidad ya ellos la tenían, como grandes jugadores que eran, pero que en ese momento necesitaban la férrea decisión de afrontar ese partido con coraje, inteligencia, firmeza y optimismo; Y eso sólo dependía de su voluntad. Vivimos un momento sublime. El resto, ustedes ya lo conocen.
Creo en el poder de la actitud; estoy convencido, así como Jhon Maxwell, que determina nuestro enfoque de la vida y que frecuentemente es la única diferencia entre el éxito y el fracaso, ella establece nuestra relación con el otro, con nuestro entorno y por ende moldea nuestro futuro. ¿Es sensato desesperarnos y con una “mona” arrasar todo lo que se ha podido edificar en el último tiempo? o acudir a una actitud más productiva, con la que entendamos los cambios que la pandemia nos impuso, ajustemos nuestras rutinas de vida, creemos unos nuevos ritos de convivencia, corrijamos los errores del proceso con firmeza y sigamos adelante.
¿Qué caracteriza una actitud constructiva en este caso? Lo primero es la serenidad, los problemas no se resuelven con desesperación y angustia, sino con decisiones lógicas y coherentes; necesitamos guiar el caudal de nuestras emociones y no ser empujados por ellas al abismo. Esto implica poner pausa, analizar, entender la situación y actuar consistente pero serenamente. Lo segundo: se hace necesario ser solidarios y colaborativos, estamos conectados, gústenos o no nuestra suerte está emparentada con la suerte de los otros habitantes del territorio. Si solo pensamos en nuestros particulares intereses, te aseguro que nos hundiremos en el fango de la pobreza y la infelicidad. No se trata de dar simples limosnas, sino de luchar por generar condiciones de equidad y justicia social. Lo tercero, creernos y confiar en la buena intención de los otros. Necesitamos volver a recomponer la confianza, que tantas situaciones que hemos visto, oído y sufrido nos ha roto. No somos ciudad simplemente porque habitamos la misma superficie, sino porque tenemos un pacto social vivido desde unas confianzas que nos genera compartir un propósito trascendental; restablecer ese vínculo es fundamental, no solo para vencer la pandemia, sino para seguir erigiendo el proyecto de ciudad.
Es una obligación con nosotros y con los demás optar por esa actitud constructiva que nos lleve a vencer esta crisis y cualquiera, aprendiendo las lecciones que nos van dejando. Seguro seremos mejor ciudad y mejores personas luego de que todo esto pase, porque el dolor siempre es un buen –aunque no deseable- maestro.
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