Miro a mí alrededor y sonrío porque, aunque no tengo todo lo que deseo, sí tengo lo que necesito. Han sido años de trabajo y esfuerzo, pero, sobre todo, de amor recibido. Esta constatación llena mi corazón de gratitud. Tomo un lápiz y un papel—todavía conservo la costumbre de escribir a mano—y elaboro una lista de aquello por lo que quiero agradecer: personas que demuestran su amor estando siempre para mí, experiencias sencillas que me llenan de ánimo, ayudas inesperadas que llegaron en el momento oportuno, hombros que me sostuvieron cuando mis rodillas flaqueaban y serendipias mágicas que ocasionaron bendiciones que nunca imaginé. No hay muchas cosas materiales en la lista, más allá de mis libros, mi cama y algunas camisetas antiguas de mi equipo. De nuevo sonrío y digo: ¡Gracias!
Es una lástima que algunos centren sus vidas en lo que les falta, llenándose de amargura y resentimiento, soportando su existencia en medio de las carencias. Estoy seguro de que en sus vidas hay más de lo que creen que falta. Son aquellos que piensan que lo merecen todo y que deben reclamarlo con insistencia al mundo, quienes suponen que el universo tiene una gran deuda con ellos.
Estoy convencido de que quien aprende a agradecer también se siente impulsado a levantarse, trabajar y esforzarse disciplinadamente para alcanzar lo que le falta. Agradecer no nos hace conformistas, sino que nos revela con qué contamos para salir a conquistar nuestros objetivos.
Quien reconoce la generosidad de los demás y disfruta de las acciones justas de quienes están cerca, entiende que debe luchar para que nadie viva sin dignidad. Tal vez, lo más difícil de nuestro país es la inequidad: algunos atesoran lo que no les sirve ni pueden usar, pero que les da seguridad, mientras otros tienen muy poco. El agradecido lucha por la justicia social; no lo mueve la venganza ni la violencia, sino el deseo de que todos puedan agradecer por lo que viven.
Me asusta olvidar lo bendecido que he sido. No quiero olvidar de dónde vengo, en qué condiciones me formé, y cómo a veces lloré por lo que me faltaba. Tampoco quiero borrar de mi memoria a las personas que me tendieron la mano para que tuviera lo que necesitaba o simplemente me acariciaron para hacerme sentir amado.
Necesitamos fomentar el poder de la gratitud. Enseñemos a los niños y niñas que todo es gracia, incluso lo que es fruto de nuestro esfuerzo. Quien aprende a agradecer será feliz porque descubrirá todos los dones y bendiciones que tiene en su vida diaria. Quien sabe agradecer vivirá con justicia, porque es el único camino para devolver lo recibido.