Una de las consecuencias de la forma en que me criaron es que me cuesta aceptar un “no” como respuesta a cualquiera de mis peticiones. Por eso, muchas veces prefiero no pedir nada y aguantar la necesidad con tal de evitar esa posible respuesta. Con el paso de los años, la formación recibida y la comprensión de la existencia misma me han llevado a entender que esa actitud es un error, porque el “no” es una respuesta válida y, muchas veces, necesaria.
Por ello, cada vez estoy más dispuesto a aprender a decir “no” y a recibir los “no” que los otros, desde su libertad y necesidades, me den. Creo que la causa de esta situación es suponer que la respuesta negativa a una petición es un rechazo a la persona, y eso no siempre es cierto. Y si lo es, cualquiera tiene el derecho de rechazar a alguien que no le cae bien o con quien no comparte los mismos intereses. No dejo de ser quien soy por recibir esa respuesta; es más, muchas veces es la mejor respuesta posible para nuestros intereses.
Para crecer en este aspecto, he trabajado en tres áreas muy personales: la autoestima, el reconocimiento de la libertad de los otros y el entendimiento de que las limitaciones tienen mucho sentido en nuestra vida.
Nuestro valor personal no depende de la opinión de otra persona, ni mucho menos de que coincidamos en los mismos intereses o tengamos las mismas formas de pensar. Somos valiosos por el hecho de existir como humanos. Es decir, somos valiosos así nos digan “sí” o “no” a nuestras propuestas. Nuestra felicidad no puede estar determinada por la respuesta de otra persona; siempre tenemos que trascender esas situaciones y encontrarle sentido a lo que estamos viviendo.
Nadie es como queremos que sea, ni tiene que cumplir nuestras expectativas. Cada uno es dueño de decidir cómo vive y cómo organiza sus proyectos. Esto implica que muchas veces sus intereses, comprensiones y decisiones de vida estén lejos de las nuestras y, por eso, pueda decirnos que “no”. Algunas veces, amándonos y queriendo seguir con nosotros, nos darán un “sí” en otras apuestas, y otras veces, porque no quieren saber nada de nosotros, querrán estar distantes, y eso no los hace de mala condición.
Lo que sucede es que hemos construido la vida desde la creencia de que tenemos que ser aprobados en todo para ser felices, porque creemos que la felicidad es tenerlo todo o realizar completamente nuestros deseos. El deseo existe porque hay ausencia, límites que lo constriñen, y en esa realidad está también su sentido.
Si fuera satisfecho plenamente, ya no existiría más, y eso implicaría morir de alguna manera. Ser feliz también implica recibir “no” como respuesta; seguro eso hará que el deseo se transforme y busque nuevas formas.