Creo en el amor eterno, pero en ese que se construye todos los días. Creo en las relaciones de pareja que sostienen un vínculo, pero desde el sentido de la realidad, con los mejores valores, y el compromiso de hacerse felices. Creo en la permanencia del amor, pero reconozco que los humanos edificamos la vida desde nuestros condicionamientos y nuestras limitaciones.

Y en ese mundo no idílico, real, la infidelidad es uno de los desafíos que deben asumir las parejas ¿Cómo enfrentarla? Una de las primeras reacciones comunes, luego de una traición amorosa, es ver la autoestima golpeada; porque de alguna manera, asumimos que el mensaje escondido de quién te fué infiel es: “tú no eres suficiente”. La interpretación de ese mensaje es demoledora, aunque racionalmente reconozcamos que nada tiene que ver con nuestro valor y capacidad.

Que no seamos suficientes para alguien lejos está de evidenciar una poca valía o merecimiento de amor, respeto y solidaridad. El desamor de alguien no significa que no seamos seres merecedores de amor.

La infidelidad habla primero de las carencias de la persona infiel y no tienen una relación directamente proporcional con la valía del o la afectada. Tristemente nos obsesionamos con que recibir el afecto de quién ha decidido no amarnos o no sernos leales, tal como lo habíamos acordado previa, consciente y libremente.

Después de una infidelidad el trabajo primordial es reencontrarnos en el amor propio, reconocer que tiene más sentido los pájaros que se estrellan una y otra vez con una ventana en búsqueda del aire, que mendigarle amor a quien no nos quiere amar. Y cuando hablo de amor propio significa reconocer nuestras capacidades y habilidades, desarrollarlas para realizar una vida satisfactoria alineándolas con el propósito que tenemos. Entender en qué aspectos tenemos carencias y limitaciones, y plantearnos las mejoras necesarias para poder ser más aptos para seguir caminando en y hacia la felicidad.

Si bien, nadie está obligado a permanecer en una relación que no quiere, y claramente no es un fracaso irse de donde no hay condiciones para vivir dignamente y sentir realización. Siempre son posibles nuevos escenarios, salir al encuentro de nuevas rutinas y prácticas de vida.

Un posible escenario, es que esa traición o engaño se convierta en una oportunidad para rehacer la relación, fortalecerla y transformarla en un proyecto consensuado, emocionante y realizador; para ello se requieren condiciones objetivas, por ejemplo, verdadero arrepentimiento del infiel, cambios objetivos en sus comportamientos, trabajo terapéutico que permita enfrentar la causa y compromiso de los dos en dar lo mejor para cuidarse, consentirse y dejarse ser. Todo pasa por las decisiones de las personas implicadas. Para que una pareja funcione, es obvio, que se requiere el compromiso de los dos. No basta con que uno de sus miembros quiera.

Estoy seguro de que la espiritualidad es una dimensión que impulsa a la felicidad por eso no creo que sea una excusa que obligue a nadie a quedarse en un proyecto de vida que parece un infierno por la indiferencia, el odio y la frialdad emocional. La espiritualidad siempre será una dimensión que llena de sentido lo que vivimos para ello nos hace protagonista de nuestra vida y nos recuerda que decidimos cómo asumimos cada situación que vivimos.