A veces estamos muy pendientes de nuestra relación con los demás, pero nos olvidamos de aquella que sostenemos con nosotros mismos. Ninguna relación es más importante que esa. Puedes amar a alguien con todas las fuerzas de tu ser, que si no te amas a ti, no serás feliz. Puedes ser un políglota y conectar muy bien con las personas cuando hablas, pero si lo que te dices a ti mismo es manifestación de desprecio, no podrás disfrutar la vida. Puedes ser un productor inmenso de dinero, pero si no eres capaz de reconocer el valor infinito que tienes y de cuidarte, consentirte y estar atento a ti, terminarás dejando una buena herencia económica, pero nada más. Puedes ser el mejor analista político –que hoy abundan en las redes-, pero si no sabes gestionar tus emociones, nada será suficiente para ser pleno. Puedes ser un adorador maravilloso de Dios, pero si no reconoces que eres su criatura y que por eso eres valioso y has sido creado para la felicidad, tu culto será fatuo.
Creo que una mala interpretación de la tradición cristiana, ha generado la idea de que para ser feliz en la eternidad, se tiene que sufrir al máximo, sacrificarse hasta el extremo y negarse al placer en esta carrilera de días que llamamos vida. Eso ha llevado a que mucha gente crea que lo mejor es descuidarse, reprimirse y desatenderse como camino para la plenitud en el más allá. Respeto esas lecturas, aunque las creo equivocadas, ya que tengo claro que quien no es capaz de conocerse, aceptarse y amarse, no puede relacionarse sanamente con nadie, ni puede servir realmente a ninguno.
Eres valioso y todos los días tienes que experimentarlo en la constatación de tus cualidades y habilidades, desarrollarlas y ponerlas al servicio de tu proyecto de vida; nada –ni derrotas afectivas, ni frustraciones en los trabajos, ni las críticas injustas, ni la pobreza por un mal negocio- te quita lo valioso; eso implica que lo reconozcas y lo proyectes en actitudes que te hagan tratarte bien en todos los sentidos. No pretendas que los demás te den el valor, el placer y el reconocimiento que tú no te das. Creo que todo esto se traduce, por los menos, en tres actitudes:
1. Cuidar tu salud integralmente: No puedes descuidar tu físico, ni tus emociones, ni tu dimensión espiritual. Tienes que sacar tiempo para ti y estar atento a cómo estás funcionando. En esta dimensión no somos eternos; la covid, con sus múltiples variantes nos ha mostrado que todo se puede acabar en un instante.
2. Buscar placer disfrutando tu vida con todos sus detalles y recorriendo con gusto sus vericuetos. Reír, bailar, cantar, disfrutar a la gente que se ama, tener buenas relaciones sexuales, todo eso es necesario para vivir a plenitud. No tenemos que buscar desgracias, ellas llegan solas, lo que tenemos que buscar es el disfrute, eso si no llega solo.
3. Saltar las barras del egoísmo y entender que los otros están en la misma tarea y merecen todo lo bueno que les pase. No eres juez de ellos ni de nadie. Creo que basta con saber cargar nuestras propias miserias. Ayuda a otros con sinceridad, honestidad y amor; estoy seguro que eso se devuelve en buenas experiencias para ti.
Haz una pausa y libremente dite un piropo, haz algo que te cause placer y colabora con alguien. #AmarEsGanarloTodo