Tendemos a creer que todo lo que no nos gusta es malo, superficial o despreciable. Y no. Nuestro gusto no es criterio definitivo ni universal de lo legítimo, lo bello y lo bueno. Tenemos que evitar absolutizarlo. Hay muchos autores literarios, influencers, jugadores de fútbol y músicos que no me gustan, pero que son exitosos y valiosos para una gran cantidad de personas, y eso me hace respetarlos y tratar de entender qué y cómo hacen para poder comunicar sus talentos con tanta eficacia.

Tengo la certeza de que el éxito sostenido no es una casualidad y está soportado por algún tipo de valores, opciones, rutinas y dinámicas que tenemos que reconocer, analizar y aprender de ellas. Ser críticos es una obligación para no tragar nunca entero, pero tenemos que ser respetuosos de lo que hace el otro, sobre todo cuando tiene resultados muy importantes. Siempre con la actitud mesurada que nos da el saber que nuestra crítica no siempre es válida y algunas veces no es más que la manifestación de nuestra cosmovisión.

A veces leo críticas que les hacen a personas que tienen mucha acogida, y me parecen más expresiones de formas anacrónicas, manifestaciones de la frustración de no alcanzar los resultados de ellos y cierta soberbia que lleva a los críticos a desconocer el trabajo de los demás. Otras veces son apreciaciones impulsadas por el gusto personal y no por algún análisis que lo sostenga; y no faltan las críticas realizadas por los teóricos que lo entienden todo, pero que no han realizado ningún proyecto ganador en la vida diaria; mi abuela, con sus palabras untadas del salitre de la Ciénaga Grande de Santa Marta, decía: “los críticos son aquellos que saben hacer todo, pero nunca lo han hecho”.

Con la explosión de las redes sociales el tema se ha vuelto un tsunami. Todos podemos manifestar lo que pensamos –lo cual es maravilloso y emocionante-, y claro, tenemos la pretensión de que nuestra opinión sea la verdad absoluta que los otros deben asumir, y no simplemente una posición, una perspectiva más de las tantas que hay. Por esa misma razón, muchas veces hay que escuchar la crítica que recibimos y desecharla, porque no responde a la verdad, ni es realmente sólida y legitima. No podemos ser los esclavos de la crítica que nos hacen, ni mucho menos volvernos esclavos de criticarlo todo, como si el mundo necesitara de nuestra critica para existir. Los expertos en “bajarle la caña” a todo el mundo, terminan rumiando su propia frustración y amargura; y los que le “paran bolas” a todas las críticas, terminan no agradando a nadie y siendo infelices.

Me gusta aprender de los exitosos, de esos que logran realizar sus objetivos y viven construyendo en medio de lo legal y lo ético. Para aprender de ellos necesitamos humildad, apertura y firmeza, si es que queremos aproximarnos a lo que hacen y producen. Apertura para conocerlos y entender qué proponen realmente. Humildad para aprender de sus dinámicas, y firmeza para no ceder en las apreciaciones innegociables y bien elaboradas que tenemos frente a algunas realidades. Ten claro que el éxito del otro no tiene porqué ser una amenaza para tu propia realización. Si eres bueno, honesto, trabajador, creativo y disciplinado, seguro vas a poder alcanzar los objetivos que te has propuesto y podrás celebrar que los otros los alcancen.