Admiro a los jóvenes y esa actitud de inconformismo que lo cuestiona todo; expresada en un espíritu de riesgo que los lleva a compromisos y situaciones radicales; en una capacidad creativa con respuestas nuevas al mundo en cambio que aspira a mejorar siempre como signo de esperanza. Su aspiración personal más espontánea y fuerte es la libertad, emancipada de toda tutela exterior. Siendo signos de gozo y felicidad y sensibles a los problemas sociales; actúan con autenticidad y sencillez y rechazan con rebeldía una sociedad invadida por hipocresías y antivalores (DP 1168). Este dinamismo los hace capaces de renovar las culturas que, de otra manera, envejecerían. Celebro su protagonismo en todas las manifestaciones sociales de estos días y espero muchas transformaciones sociales gracias a sus acciones.

No creo que los jóvenes tengan razón en todo, ni que sus propuestas y métodos sean absolutos ni únicos. También sospecho de esa actitud de algunos adultos mayores que consideran que no se han equivocado en nada y que lo de las protestas de estos días no son más que el idealismo juvenil. Es más, me parece que su inconformidad y desprecio por algunas instituciones, tiene que significar para nosotros, los mayores, un cuestionamiento firme y profundo sobre la manera como hemos vivido y construido esta sociedad.

¿Qué hacer ante esa vitalidad creadora, esa valentía desafiante y ese constante cuestionamiento de los jóvenes? Creo que hay que redimensionar tres valores: 1. Dialogo, requerimos entender que es la argumentación la que nos permite persuadir y convencer al otro de nuestra visión de la realidad. No podemos dejar en mano de las emociones descontroladas la manera de relacionarnos. Se requiere información, conceptos claros, estadísticas, coherencia y lógica en las propuestas que hacemos. Para dialogar se requiere conexión, humildad y reconocimiento del otro. En Colombia nos acostumbramos históricamente a imponernos violentamente y a eliminar al que no está de acuerdo. Algunos desprecian el diálogo porque según ellos “lo bueno” que tenemos solo se ha conseguido violentamente, lo cual no solo es una falacia, sino una abdicación de la razón como característica de la condición humana.

2. Autoridad, sin confundirla con el poder. Entiendo con James Hunter que el poder es “la capacidad de forzar o coaccionar a alguien, para que éste, aunque preferiría no hacerla, haga tu voluntad debido a tu posición o tu fuerza.” Y la autoridad “Es el arte de conseguir que la gente haga voluntariamente lo que tú quieres debido a tu influencia personal”. Entre nosotros ha habido exceso de poder y ausencia de autoridad. No se puede dejar solos a los jóvenes en su tarea de formación, pero hay que acompañarlos con autoridad –que no es imposición- para mostrarles sus límites. Lo que sucede es que la autoridad se gana, se construye y no se logra por un decreto. A los adultos hoy se les ha olvidado eso.

3. Empatía, sé que algunos intelectuales desprecian esta palabra, pero sin ella no se puede convivir ni construir juntos. Una de las emociones éticas es el poder sentir al otro, en sus dolores, miedos, deseos, etc. Eso nos hará entenderlos y poder construir con ellos. Necesitamos sentirnos y comprender la visión emocional del otro, así sea para no estar de acuerdo.

No es tarde para trabajar en estos valores. Seguro hay muchos más, pero te propongo que arranquemos por éstos, y que en principio sea tu trabajo personal.